26.9.15

A un año: el Día de la Rabia


Una jornada multitudinaria con rabia y dolor pero también con esperanza.

A estas horas, hace un año, en Iguala, fuerzas de seguridad de los tres niveles de gobierno asesinaban, herían y capturaban a muchachos normalistas inermes.

Esa agresión criminal cambió a México. La indignación dio un salto y se volvió planetaria. Enrique Peña Nieto, quien por ese entonces era el héroe de los medios, es hoy un individuo a salto de mata, perseguido por la sombra de sus propios crímenes y parado en una red de complicidades e impunidades
 que se cae a pedazos. Tal vez a estas horas ya sea consciente de que su destino ineludible, tarde o temprano, es la cárcel.

La sociedad no se ha replegado. La rabia sigue viva, vuela y se contagia. No hay repliegue posible en tanto el régimen no reconozca su propia inmundicia: la entrega del país a consorcios extranjeros, la opresión de los habitantes para facilitar la explotación y el saqueo, la violencia como modelo de negocio impuesto desde la Presidencia y la venta de protección al narcotráfico.

Se respira en las calles los primeros aires de unidad o, cuando menos, de deposición de los sectarismos. Lo importante, lo fundamental, es establecer el paradero de los 43 muchachos, conocer la verdad y hacer justicia. Es indispensable mantener vivas la memoria y la indignación, y para ello se necesitan muchas y muy diversas mentes y manos y pies que marchen y que hagan sentir a los padres y a los compañeros de los ausentes que no están solos.

Como acotación al margen, es asombroso el profesionalismo de los provocadores: siempre llegan a tiempo a su cita con las cámaras de la tele. Pero ni ellos –tristes espantajos del “Estado burgués” al que dicen combatir– ni la lluvia ni el cansancio lograron arruinar esta movilización. El único que podría lograrlo es el propio régimen si procediera a imputarse a sí mismo.

Con la lucidez que brota del dolor lo saben los padres de los 43 muchachos: 
Si el gobierno le apostó al cansancio, está perdiendo; si le apostó al olvido, ya se jodió.

Y es cierto. Lo demuestra la rabia memoriosa que recorrió las calles de decenas de ciudades.

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