4.7.12

Reconocimiento


A estas horas decenas de miles de ciudadanos se rompen el lomo en los cómputos distritales, necesarios para esclarecer algo del cúmulo de irregularidades, inconsistencias y manifiestas adulteraciones que exhibe la papelería electoral empleada el pasado domingo.

En estos momentos, miles de integrantes de #YoSoy132 están reunidos en la Asamblea General Interuniversitaria, que se realiza en la Facultad de Ciencias de la UNAM, para formular la posición del movimiento ante el comicio del domingo y los sucesos subsecuentes, así como para delinear el futuro de esta energía juvenil que en cincuenta días ha cambiado en forma radical el rostro de una sociedad que parecía apática y resignada a tolerar todos los desfiguros del poder. Hace ya seis semanas que los estudiantes duermen poco porque se han entregado a la tarea de emitir un mensaje claro y sólido y de asegurarse que llegue a todos los ámbitos de la patria: el poder público se burla de la ciudadanía; el dinero articula en un mismo manojo de intereses –la Presidencia, el IFE, las televisoras, las radios y los periódicos– a un grupo gobernante antidemocrático, autoritario y corrupto que reprime sin escrúpulos, manipula y engaña en forma sistemática, se adueña del dinero público e irrespeta las leyes que debería hacer cumplir; en suma, que el rey va desnudo y que su trono es un montón de mierda.

Desde hace seis años, millones de ciudadanos de todas las clases sociales, de todas las edades y de todas las regiones han sacrificado sus días de descanso y sus horas de sueño para engendrar organizaciones sociales capaces de hacer frente a la pudrición manifiesta de las instituciones. Optaron por la lucha pacífica, por la formación política, por el estudio de la historia y de las leyes enmarañadas y tramposas que constituyen el parapeto jurídico de la corrupción gobernante. Participaron en reuniones, consiguieron equipos de sonido, cargaron sillas, festejaron, se dieron ánimo unos a otros, se entregaron a las causas urgentes del país.

A partir del mes pasado, cientos de miles de personas de buena voluntad se echaron encima la responsabilidad de ser funcionarios de casilla, de mantener el orden y la civilidad en los centros de votación, de impedir irregularidades y de no dejarse comprar por los turbios dineros priístas. Asistieron a los cursos de capacitación y vivieron, el domingo, jornadas agotadoras hasta de 18 horas para cumplir con su deber ciudadano. Junto a ellas, otros cientos de miles se desempeñaron con honestidad como representantes de casilla de los partidos que postularon a la fórmula que enarbola el Nuevo Proyecto de Nación. Y al lado de unos y otros, muchos miles más participaron en la vigilancia de los comicios como observadores de diversas organizaciones.

Vé tú a saber cuántos millones de pobres y de miserables rechazaron o burlaron los intentos de cambiarles la voluntad ciudadana por una tarjeta prepagada de Soriana o de otra de esas tiendas, por un celular, por un saldo para celular, por una despensa o un paquete de cosméticos. Pocos no habrán sido, en todo caso, si se toma en cuenta la magnitud del operativo puesto en práctica por la candidatura oligárquica para darle mordida al país a cambio de que le permitiera llegar a la silla presidencial.

Y cúantos estudiantes se habrán topado, por participar en #YoSoy132, con la hostilidad de sus padres. Y cuántas señoras fresas habrán debido hacer frente al repudio burlón de su entorno social por sumarse a la causa de López Obrador. Y cuántos han dejado de tomar vacaciones, de festejar sus aniversarios, de comer y dormir bien, por servir al país sin otro mandato que el de su conciencia.

A lo largo de cuarenta y tantas jornadas, si se empieza a contar desde mediados de mayo, millones de personas en muchas ciudades del país han desafiado a los grupos de choque priístas, a las corporaciones policiales locales, al sol y a la lluvia, y han salido a las calles a expresar su indignación ante el programa de sustitución de mandos políticos elaborado y puesto en práctica por el régimen oligárquico y corrupto, con todo y su ejército de medios vendidos, de opinadores comprados y de operadores partidistas pagados con dinero público.

Y en estos días últimos, muchos individuos han superado la depresión abismal que les produjo el primer capítulo del golpe de estado institucional, la noche del domingo, y se han incorporado a las tareas de documentación del fraude, de denuncia ciudadana, de divulgación y de resistencia.

Se ha hablado, se ha escrito, se ha pintado, se ha impreso, se ha bailado, se ha grafiteado, se ha cantado, se ha tuiteado, se ha imeileado, se ha feisbuqueado, se ha mensajeado, se ha grabado, un cúmulo casi inimaginable de información y de reflexiones que sirven de contrapeso al discurso oficial y a sus poderosos medios desinformativos. Sabrá Dios en qué tenebrosa sima estaría México si no se hubiese realizado esta tarea de esclarecimiento.

Casi en todo, estos trabajos inmensos se han realizado en forma gratuita o, para usar el latinajo clásico, ad honorem, es decir, por el mero honor que implica el efectuarlo. Conmueve el hecho de que en el lado de la sociedad –Morena, #YoSoy132 y en una miríada de grupos que trabajan por el bien de los demás y del país en general– hay que juntar la lana en cerros de monedas de a diez pesos, en boteos y rifas, en los aportes modestísimos, pero cargados de significado, de gente necesitada, mientras en el otro bando, como botón de muestra, Eruivel Ávila se truena mil 800 millones de pesos del erario en al adquisición de tarjetas de Soriana para comprarle votos a su antecesor y jefe.

Gracias a todo ese esfuerzo social, la moneda de la elección presidencial sigue estando en el aire. Pero es más que una presidencia lo que está por definir: el país vive un momento crucial en el que habrá de optar por la renovación y la decencia o mantenerse uncido por los intereses oligárquicos en la indignidad y la vergüenza.

Ese conjunto de ancianos, personas maduras, jóvenes y hasta niños que se han involucrado en el rescate del país y de sus instituciones, es la riqueza de México. Gracias a él, el régimen sigue enfrentando severas dificultades para consumar la imposición en la presidencia de un analfabeto funcional, corrupto y cínico. Pero, independientemente del resultado de esta batalla particular, en estos meses la conciencia cívica del país ha avanzado lo que no avanzó en décadas. Mientras en las alturas del poder se realizan preparativos frenéticos para el remplazo de un delincuente presidencial por otro, en las calles y plazas, en las viviendas, frente a las oficinas públicas y los corporativos, en los sitios de trabajo y en los mercados, millones de mexicanas y mexicanos siguen aportando su esfuerzo, sin pago de por medio, para que la patria vuelva a ser motivo de orgullo y deje de dar vergüenza. Ellos son los hacedores de la historia.