23.1.12

A mis amigos mexicanos

“Decir que Uribe negoció con el
narcotráfico y que por eso se redujo la
violencia durante su primer cuatrienio
es una blasfemia en México.”


Desde que los mexicanos decidieron montarse en la tesis de que Colombia logró acabar con el narcotráfico, con la guerrilla y con los paramilitares, y se les dio por decir que a partir de entonces vivimos en un remanso de paz, rodeados por el progreso y la concordia, andan buscando un nirvana que no existe.

La percepción de que Colombia ya logró salir del atolladero en el que ellos empiezan a entrar no acepta mayor discusión, sobre todo en los altos círculos de la élite política y empresarial mexicana, que poco se ha preocupado por saber realmente qué es lo que sucede verdaderamente en Colombia. Cada vez que uno trata de explicarle a un político mexicano del PAN o del PRI que ese país al que tanto se aferran en realidad solo existe en sus deseos, porque ni hemos ganado la guerra contra el narcotráfico, ni hemos logrado acabar con la guerrilla, ni hemos podido desbaratar a los narcoparamilitares, lo miran a uno con desconfianza. ¿Acaso ustedes no lograron bajar los índices de violencia, le recuerdan a uno de manera airada. Y si uno les responde aceptando que ese hecho irrebatible, el de la reducción de la violencia, sin embargo no nos ha significado la desaparición de los carteles ni de sus vínculos con los paramilitares, los cuales a pesar de haberse desmovilizado han vuelto a recomponerse y a asentarse como poderosos poderes regionales, le responden a uno que eso no es cierto, que estamos mintiendo. Según su versión idílica de Colombia, Álvaro Uribe logró lo inalcanzable en los ocho años que duró en el poder: acabar con el narcotráfico, porque se enfrentó como un león a esos malhechores hasta doblegarlos. "A eso aspiramos todos -me dijo un amigo mexicano-. A tener gobernantes como Uribe, pantalonudos, capaces de doblegar al narcotráfico".

La percepción de que fue Uribe el que luchó contra el narcotráfico hasta acabarlo está tan arraigada entre los poderosos empresarios y políticos mexicanos que hasta la ha acuñado en su imaginario un político como Enrique Peña Nieto, quien va a ser elegido próximamente candidato presidencial por el PRI y de quien se dice podría ser el próximo presidente de México. Hace poco él le dijo a Silvana Paternostro, una periodista colombiana que le hizo un perfil, que si él llegaba al poder en México, no quería ser como Lula ni como Clinton, sino como Uribe.

Las cosas se le complican a uno cuando se les riposta y se intenta dañar su Shangri-La. "Uribe sí logró reducir los índices de violencia -me atreví a responderle a un amigo mexicano que es priista y admirador furibundo del presidente Uribe-. Pero eso no lo consiguió a través de la fuerza, como ustedes creen en México, sino porque negoció con el narcotráfico en Ralito. En ese momento, los jefes de los narcoparamilites que allí se concentraron significaban el 70 por ciento del negocio del narcotráfico del país", le advertí. Y de paso, le aclaré que de no haber sido por las ONG internacionales, el Congreso colombiano habría aprobado una ley de justicia y paz en la que a los narcotraficantes se les habrían perdonado sus crímenes sin necesidad de que los confesaran, ni entregaran sus bienes, ni reparan a las víctimas.

Decir que Uribe negoció con el narcotráfico y que por eso se redujo la violencia en Colombia durante su primer cuatrienio es una blasfemia en México. Como también lo es decir que la nueva mafia, a pesar de que ya no mata como antes, ha logrado penetrar al Estado colombiano sin mayor resistencia, hasta llegar a legalizarse.

Lo cierto es que después de miles de conversaciones como estas, he tomado la decisión de desistir en el intento por hacerles ver a los mexicanos lo poco que saben de nosotros y lo desatinadas que resultan sus alabanzas. Por respeto a su tragedia, no les voy a seguir cuestionando su insistencia en mantener a Colombia como su Shangri-La. Así de envainados como andan -todos los días los mexicanos se levantan con la noticia de una nueva matanza en Guadalajara o en Monterrey-, es probable que necesiten aferrarse a cualquier salvavidas, así esté medio desinflado.

Es más: si quieren, les mandamos a Uribe y a su trinca una temporadita para que se aireen comiendo enchiladas en vez de arepas. Aquí, en la Colombia real, no se le ve muy a gusto: su gobierno ha quedado reducido a sus justas proporciones y, salpicado por tremendos escándalos de corrupción, ha ido quedando al desnudo ante la opinión pública. Y si quiere volver a recordar sus días de gloria, le toca ir a donde nadie sepa esto.

(Revista Semana, 3 de diciembre de 2011)

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Frente a la embajada de Colombia en México
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