13.4.04

El sitio de Fallujah


El 31 de marzo cuatro mercenarios estadunidenses --ahora llaman “contratistas” a los mercenarios-- fueron emboscados y asesinados en Fallujah. Una turba de iraquíes sedientos de venganza mutiló, quemó y arrastró los cadáveres y luego colgó los restos humeantes en un viejo puente ferrocarrilero. Esos homicidios atroces, cuyas imágenes no pudieron ser contenidas por el operativo de censura que el Pentágono ha instrumentado sobre los despachos procedentes de Irak, marcaron un punto de viraje en la guerra y en la información periodística correspondiente. Desde la semana pasada, por ejemplo, han empezado a aparecer en noticieros y periódicos fotos de marines con las tripas de fuera. Las opiniones públicas de Estados Unidos e Inglaterra no tienen más remedio que voltear hacia esos indicios de que, a un año de la invasión, Irak está fuera de control.

Es una mala noticia para los inversionistas y para los chicos del consejo de administración de Halliburton: conforme la resistencia iraquí multiplica sus acciones, los proyectos de reconstrucción requieren más y más medidas de protección, valga decir, más y más mercenarios que ya conocen el riesgo de terminar convertidos en carne achicharrada y que, por ello, exigen salarios cada vez mayores. George W. Bush se comporta “como un adolescente con una tarjeta de crédito”, según describe William Nordhaus, de la Universidad de Yale, quien calcula que para fines de este año el costo de la destrucción y la ocupación de Irak (pagadero por los causantes estadunidenses) llegará a 150 mil millones de dólares.

Al margen de esos cálculos, el gobierno de Estados Unidos reaccionó a los cuatro asesinatos de Fallujah poniendo buena parte de su poderío militar al servicio de la venganza, que empezó el lunes, con el cerco a la ciudad por 20 mil marines, y siguió el martes con el bombardeo de una mezquita repleta de fieles. Durante seis días los habitantes de Garma, pequeño pueblo situado a mitad de camino entre Bagdad y Fallujah, vieron en el cielo un desfile interminable de aviones de ataque y bombardeo que pasaban hacia el oeste cargados de material bélico y volvían vacíos a la base aérea de Balad, que, por cierto, el sábado sufrió un ataque de artillería que dejó dos invasores muertos.

A lo largo de la semana pasada, los ocupantes impidieron el paso a los convoyes de ayuda humanitaria que fluyeron, desde los cuatro puntos cardinales de un país destruido, hacia la pequeña ciudad de 300 mil habitantes que se convirtió de pronto en símbolo de la resistencia nacional. Los marines dispararon contra las ambulancias y la fuerza aérea hizo blanco en el único centro hospitalario en funciones. Los comunicadores de Al Jazeera en la localidad denunciaron que los invasores los han colocado bajo fuego y que no pierden oportunidad de dirigirles sus apuntadores láser.

Sin embargo, los combatientes de Fallujah resistieron el asedio, causaron un importante número de bajas al enemigo y concitaron innumerables reacciones de solidaridad dentro y fuera de Irak. La más significativa fue la de los integrantes de un batallón del ejército nativo --formado por los invasores-- que se negaron a ir a Fallujah a matar iraquíes. El fin de semana el consejo de gobierno creado por Estados Unidos estuvo a punto de desmoronarse luego que sus miembros más pro estadunidenses declararon que la masacre en curso era inaceptable.

Entonces ocurrió algo que hace unas semanas habría resultado inconcebible: el mando de los ocupantes pidió negociar con la resistencia --los “terroristas”, los “delincuentes”, los “malvados”-- para acordar una tregua que permitiera el retiro ordenado de los agresores. Los iraquíes pusieron como condición que los marines se replegaran al desierto, a cinco kilómetros del perímetro de la ciudad, y los ocupantes pidieron la entrega de los homicidas de los cuatro “contratistas” --hasta ahora Fallujah ha pagado 150 vidas por cada uno de los mercenarios asesinados-- y la salida de la ciudad del equipo de Al Jazeera. No era para menos: ante las acusaciones de que las tropas estadunidenses han disparado indiscriminadamente contra blancos civiles en Fallujah, los voceros militares de Washington dicen que sus tropas están entrenadas para realizar acciones extremadamente precisas y para matar sólo a los combatientes; sin embargo, la televisora qatarí exhibió, en su sitio web, las fotos de más de 12 niños muertos en Fallujah por los marines.

Tengo la impresión de que el cerco de esa pequeña ciudad sunita, aunado a la rebelión chiíta de los días recientes, marcará un punto de viraje en la guerra de Estados Unidos e Inglaterra contra Irak. Se ha puesto en evidencia que los soldados anglosajones no son héroes, sino asesinos, y que distan mucho de ser invulnerables.

No hay comentarios.: