20.4.99

Hechos y dudas


Dos colibríes estúpidos entraron a la casa por la ventana que da al jardín. Ahora no encuentran el camino de salida y golpetean en los vidrios del tragaluz en busca de la libertad. Aunque ambas clases de seres tienen la potestad del vuelo, estos colibríes no se parecen a los aviones de la OTAN. No causan destrucción de ninguna especie, salvo la caída de unas cacas diminutas que se limpian con facilidad. Afuera tal vez resulten peligrosos para algunos pequeños insectos. Se dice que los colibríes viven exclusivamente de recolectar la miel de las flores con sus picos alargados, pero me parece dudoso. En algún lado deben hallar proteína para reponer el desgaste muscular de ese vuelo accidentado. De cualquier modo, mientras estos pájaros permanezcan atrapados aquí, los insectos y las flores del jardín estarán a salvo. Y además, los insectos no se parecen en nada a los serbios ni a los kosovenses. Mientras están vivos, los serbios y los kosovenses son primates y son humanos. Cuando mueren se vuelven un puñado de carbono, unas pequeñas nubes de gases, un residuo de fósforo y un dolor en la memoria; los insectos son artrópodos y son insectos y nadie, o casi nadie, lamenta que mueran. Los ecologistas deploran la extinción de especies enteras, pero no arman un escándalo por el asesinato de una hormiga, y menos si ese hecho de sangre se enmarca en una cadena alimenticia como la que podría vincular a las hormigas con los colibríes.

Es exasperante el ruido que hacen los picos de los colibríes al chocar contra ese muro transparente que perciben sin comprenderlo. Es angustiosa su situación, y poco lo que puedo hacer para remediarla. El tragaluz está a más de cinco metros de altura. Para atraparlos tendría que usar una escalera, y una vez trepado en ella carecería de la movilidad necesaria para atrapar a esos suicidas inconscientes. Querría cogerlos con delicadeza y devolverlos a su rutina de revoloteos libres e intrascendentes entre los perales del jardín. Allí morirían de todos modos, pero sin angustia, o quién sabe, y durarían vivos lo que tengan que durar. ¿Cuál es la esperanza media de vida de un colibrí? ¿Dos semanas, seis meses, setenta años? Aquí adentro, entrampados por su incapacidad para entender la lógica del vidrio, morirán mucho antes. Caerán rendidos de agotamiento con su estructura minúscula despedazada por los golpes en el tragaluz. Yacerán de espaldas, en una postura inconcebible para cualquier ave viva, con las patas crispadas por la muerte.

A falta de una red, de una carnada que los atraiga al piso o de argumentos para convencerlos de que nunca lograrán nada azotándose contra el vidrio, tengo la alternativa humanitaria de abreviar su agonía con el recurso del rifle de municiones. Obtendría, de esa forma, dos cuerpos tibios, unas gotas de sangre y un destrozo de vidrios esparcidos en la sala. Esto no es una alegoría del incendio en los Balcanes. Simplemente son circunstancias que ocurren al mismo tiempo. Los medios de información bombardean con noticias de nuevas bajas civiles y con imágenes de sufrimiento y muerte. Los colibríes bombardean con sus pequeñas cacas. Es mucho más difícil limpiarse el pensamiento de los reportes yugoslavos que hacer desaparecer las cacas de la superficie de los muebles. Los aviones occidentales bombardean a los serbios con boletos al más allá. Milosevic bombardea a los albaneses kosovenses con balas mucho más económicas. Sabrá Dios cómo lograrán limpiar ese desastre, si es que quieren limpiarlo.

Sé que es una pretensión idiota, pero siento que si logro devolver al jardín a estos dos pájaros revoloteantes, mejorará en algo la situación en Yugoslavia.

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