19.7.17

“Por el mal rato”


El colapso de unos metros cuadrados de pavimento no es un suceso exepcional en el asfaltado mundo contemporáneo. Deslaves y reacomodos del terreno y suelos casi siempre dinámicos provocan la aparición de hoyos de todos los tamaños en muchos países y latitudes, y a veces esas depresiones súbitas se tragan casas, automóviles y gente. Lo extraordinario en el caso del socavón del Paso Exprés, con su saldo de dos muertos, varios vehículos destruidos y decenas de miles de afectados por el obligado cierre de esa peligrosísima vía rápida, es que hizo inocultable la pudrición del modelo de negocios del grupo que detenta el gobierno.

Es cierto que las relaciones corruptas entre la facción peñista y diversas firmas constructoras del país y del extranjero han sido abundantemente documentadas por investigaciones periodísticas –como la que sacó a la luz la Casa Blanca del propio Peña–, conversaciones telefónicas filtradas a los medios en el contexto del golpeteo interno entre grupos priístas y documentos que han sido públicos desde siempre en los que se puede observar la manera desaseada en que suelen resolverse las licitaciones y otorgarse los contratos. El desaseo pudo observarse también cuando la SCT tuvo que cancelar el cuestionado contrato de construcción del trén rápido México-Querétaro, entregado a un consorcio encabezado por una empresa china y en el que participaba Grupo Higa, vendedor deficitario de mansiones a Peña, Videgaray y otros, y beneficiario de concesiones en el Estado de México y en el gobierno federal. Más tarde se sabría de los enjuagues entre OHL, el consorcio español abrumado en su país de origen por los señalamientos de corrupción, y altos funcionarios del peñato, con Ruiz Esparza a la cabeza.

En el caso del Paso Exprés de Cuernavaca, el contrato fue impugnado de origen (2014) por la falta de calificación de las empresas Construcciones Aldesa (española, implicada en “donaciones” ilegales al Partido Popular) y Epccor (vinculada a Juan Diego Gutiérrez Cortina, cuya empresa Gutsa fue inhabilitada por la Secretaría de la Función Pública en 2011 por incumplimiento de proyectos), porque era tan vago que ni siquiera especificaba el número de carriles que habría de tener la obra y resultaba imposible, en consecuencia, determinar de antemano su costo y el tiempo de su ejecución. Hubo un costo adicional a los más de dos mil millones de pesos que terminó costando el Paso Exprés: varias compañías más fueron contratadas para “verificar la calidad de los trabajos” y recibieron, por ello, decenas de millones de pesos. La corrupción en todo su esplendor.

Durante la construcción proliferaron los accidentes mortales por la falta de medidas de seguridad y señalización, así como severas afectaciones a diversas colonias (inundaciones de casas, por ejemplo) y varias organizaciones vecinales y de comerciantes de Cuernavaca enviaron denuncias dirigidas al propio Peña Nieto, a Ruiz Esparza y al gobernador Graco Ramírez, pero ninguno de ellos hizo mucho ni poco para remediar la situación. Las inconformidades La obra, que habría debido quedar concluida a fines del año pasado, fue finalmente “inaugurada” por esos tres funcionarios con un gran despliegue de publicidad, mentiras y autoelogios, pero incompleta y entre protestas de los habitantes.

Cuando la vialidad ya estaba en funciones, las fallas continuaron, al igual que las advertencias, especialmente en lo relacionado con fallas en el sistema de drenaje de la obra. Semanas antes de la tragedia del 12 de julio, un funcionario de Chipitlán, población aledaña al Paso Exprés, hizo llegar a la SCT fotos de un socavón que se había abierto a un lado de la vía.

Luego pasó lo que pasó. Los gobiernos de Cuernavaca y de Morelos se tardaron horas en acudir al rescate de las dos víctimas atrapadas en el socavón, el gobierno federal le echó la culpa a la lluvia y a la basura y Ruiz Esparza acabó presumiendo las indemnizaciones otorgadas a los deudos (las cuales ni siquiera han sido aceptadas) por el “mal rato”.

El hoyo del Paso Exprés no es la peor tragedia de cuantas han tenido lugar en el país pero sí representa un retrato ineludible del modus operandi de una corrupción que cuesta vidas. Por eso es tan lacerante.

Y por eso el régimen tiene que aplicar medidas drásticas.

* * *

Y fue Fox a Venezuela no como observador, sino en una misión de abierta injerencia. Lo echaron.

Como era actor de reparto
de “El Imperio contraataca”,
al Arauca vibrador
volaba la Chachalaca.
En menos que canta un gallo
la declararon non grata.
Ya regresó a San Cristóbal
con la cola entre las patas
y nadie quiso ayudarle
a cargar con su petaca.

16.7.17

De cómo Dios se
chingó al Diablo




EL DIABLO: ¿No me amas? ¿Ni siquiera un poquito?
DIOS: Ni un poquito chiquito. ¿Cómo voy a amar a la personificación del Mal?
EL DIABLO: Bueno, porque se supone que Tu amor es infinito. Algo tendría que tocarme incluso a mí. Entonces no eres tan amoroso. Ni tan bondadoso, por ende.
DIOS: Híjole, tienes razón. Creo que debo revisar eso.
EL DIABLO: Ah, ya ves.
DIOS: Pues te agradezco la observación porque Me ayuda a superarme. Me has hecho un favor. ¿Ves cómo en el fondo no eres tan mala persona?

... y de cómo el Diablo se vengó de Dios

DIOS: Hola, amadísima entidad. ¿Cómo va tu conversión al bien?
EL DIABLO: Pues no tan bien como Tu conversión al mal.
DIOS: Eh, eh, a ver cómo está eso.
EL DIABLO: Pues el otro día me dijiste que no era yo tan malo. O sea que descalificaste mi misma esencia de maldad. Pretendiste humillarme, haciéndome sentir como un Diablo bueno, e hiciste de esa manera escarnio de mi persona. Negaste mi derecho a la diferencia y fuiste insensible a la pluralidad. ¿Ves cómo en el fondo eres un ojete?

6.7.17

Gracias a la CFE


Tres años ya. En julio de 2014 instalé en la casa un sistema fotovoltaico de generación de energía y bajé para siempre la palanca de conexión a la red pública. Fue, como lo relaté aquí mismo, la salida de una pesadilla que empezó en octubre de 2009, cuando el calderonato asestó la puñalada definitiva a Luz y Fuerza del Centro y orilló a los trabajadores de la empresa y a miles de usuarios a una resistencia desgastante y agotadora. En mi caso, la primera factura emitida por la Comisión Federal de Electricidad fue una declaración de guerra: un incremento de 100 por ciento con respecto al monto de la anterior. La solidaridad debida al SME y el intento de atraco a mi bolsillo no me dejaron más remedio que ir a la confrontación, primero con un recurso de inconformidad ante Profeco y luego, cuando la nueva proveedora de energía me suspendió el servicio de manera ilegal, en la forma de un duelo de desconexiones y reconexiones que duró más de cuatro años. De manera paciente y generosa, las víctimas del atropello laboral me devolvieron la solidaridad enganchándome al poste en cuanto las cuadrillas de pobres subcontratados por la CFE se alejaban cien metros. En ese lapso investigué modalidades alternativas de generación de electricidad, experimenté con unos páneles solares casi de juguete conectados a un acumulador de automóvil y para mayo de 2014 ya estaba dispuesto a producir mi propia electricidad con celdas fotovoltaicas.

El cálculo de las dimensiones del sistema me resultó extremadamente difícil porque por entonces no tenía la menor idea de electricidad ni era capaz de diferenciar entre un voltio, un watt y un amperio. Tras desechar algunas propuestas leoninas de algunas empresas dedicadas a ese rubro, hice contacto con un equipo de ex trabajadores de LyFC que estaban dispuestos a llevar a cabo la instalación, encontré en Mercado Libre a un proveedor que podía enviarme desde Tijuana los elementos requeridos y me lancé a la aventura. Como lo narré hace tres años, “fueron días, noches, semanas y meses de dudas, incertidumbres, incomodidades, gastos de más, cálculos de menos y travesías por las tierras áridas de la ignorancia”. La instalación empezó a funcionar a principios de julio y para septiembre ya estaba totalmente estabilizada y la casa funcionó como lo había hecho siempre. Ah, y las facturas de la CFE siguieron llegando con los mismos montos que cuando estaba conectado a la red pública.

Dejo constancia de mi agradecimiento a Jonathan Garduño, el hombre que me vendió los equipos y que fue mi guía a distancia y mi paño de lágrimas en las inciertas semanas que siguieron a la instalación inicial, y a Romualdo Rivera y su familia, que se hicieron cargo de subir páneles, soldar estructuras, atornillar, conectar, probar y modificar.

El generar la propia energía, el no preocuparse más por variaciones de voltaje ni por apagones y el ahorrarle cada año al planeta una contaminación equivalente a unos miles de litros de diesel quemado, producen un estado de serenidad difícil de explicar; al mismo tiempo, inducen una consciencia particular sobre las necesidades y los derroches de electricidad y contribuyen a una reorientación de las actividades hacia lo diurno, no porque uno vaya a quedarse a oscuras en la noche sino porque mientras menores sean las descargas a las que se somete el banco de baterías, mayor será su vida útil. El único aspecto frustrante de la experiencia fue mi incapacidad para socializarla. Aunque invité a visitar la instalación a una buena cantidad de gente –calculo que un centenar de personas–, sólo en un caso alguien se animó a replicar mi experiencia. Como evangelista de la energía solar resulté un fiasco.

La situación cambió en diciembre pasado. En una visita a la red de cooperativas Tosepan, en Cuetzalan, y en el marco del movimiento en defensa del territorio que se desarrolla en la zona de la Sierra Norte de Puebla para resistir los proyectos de muerte (explotaciones mineras a cielo abierto, instalaciones de alta tensión, hidroeléctricas y otros megaproyectos), empezamos a concebir la vía de la soberanía energética para las comunidades de la región. Los compas que viven allá comprendieron al instante la trascendencia de esta idea y en enero ya estábamos instalando un pequeño generador solar en el campamento que la Asamblea en Defensa de la Tierra instaló frente a un predio en el que la CFE pretende construir una subestación, y en junio pasado se inició la instalación de un sistema de páneles en Tosepan Kali, el hotel ecológico de la Tosepan en Cuetzalan.

La red de cooperativas ha sido el protagonista y el motor principal del proyecto. No menciono por sus nombres a los directivos y asesores de la Tosepan que entendieron desde el primer instante la importancia de la propuesta y la asumieron como propia porque no estoy seguro de que quieran ser mencionados. Si leen esto, queridas y queridos compas, sabrán que me refiero a ustedes, así que va mi admiración, afecto y agradecimiento. Jonathan, a quien me vincula un hondo compañerismo desde que me ayudó a instalar los fierros que él mismo me había vendido, se ha entregado al proyecto con una energía y una generosidad invaluables. En el camino nos pusimos en contacto con Abelardo González Quijano, un empresario e industrial cuyo centro de operaciones se encuentra en la ciudad de Puebla y que posee una vasta experiencia en energía solar y otros rubros, así como una excepcional visión de conjunto del panorama energético del país y una lucidez combativa sobre la urgencia de emprender una transformación nacional en este ámbito. Abelardo hizo suya la causa y le dio una dimensión y una extensión que no nos habríamos atrevido a imaginar. Entre todos hemos ido entendiendo que la revolución energética es posible y necesaria, que no se trata de un mero cambio tecnológico sino de una apuesta por la organización social y la educación, y que no irá de las ciudades al agro sino al revés: será el campo la punta de lanza de la transformación.

Ayer hice un mantenimiento mayor a mi banco de baterías. En tres años ni éstas ni los páneles solares han reducido su rendimiento en forma perceptible (para mi sorpresa) y hace unos meses, aunque funcionaba correctamente, cambié el controlador de carga original, un fierro gringo de precioso diseño, muy caro, ultrasofisticado, hípster a más no poder y mamoncísimo, por un clon hecho en China que cuesta la quinta parte y hace lo mismo, pero mejor. El único sobresalto que he tenido en este tiempo fue cuando el Popo vomitó una lluvia de ceniza y los páneles quedaron cubiertos por una capa de polvo, lo que redujo notablemente su funcionamiento. Bastó con limpiarlos y volvieron a trabajar con normalidad.

El 4 de julio de 2014, les decía, publiqué una columna en la que relataba mi adiós cargado de rencor a la empresa eléctrica “de clase mundial”. A la distancia veo que debo trocar el rencor por la gratitud, porque de no ser por ese brutal y corrupto golpe de mano con que el calderonato acabó con LyFC y nos arrojó en las garras de la CFE, y sin los abusos y atropellos cometidos por ésta, no andaría metido en estas aventuras.

4.7.17

La razón de La Jornada


Formalmente, Desarrollo de Medios, la razón social que edita
La Jornada, es una sociedad anónima de capital variable. Hace más de tres décadas, cuando se planeaba el lanzamiento de este diario, se decidió recurrir a esa figura, con un acta constitutiva y unos estatutos singulares, como una forma de garantizar la vida democrática en el proyecto informativo e impedir que intereses externos intervinieran en su línea editorial. Aún estaban frescas (1984) las amargas experiencias de Excélsior, cuya cooperativa fue infiltrada por el régimen de Echeverría para dar un golpe de mano al modelo de periodismo crítico que encabezaba Julio Scherer, y del unomásuno, en el que la concentración accionaria en manos del director general desvirtuó los lineamientos iniciales de ese periódico.

Con esos antecedentes, los fundadores de La Jornada idearon un sistema en el que el grueso del capital estuviera disperso en miles de pequeños accionistas sin voz ni voto en las asambleas (accionistas preferentes) y en el que el control efectivo quedara en manos del núcleo de periodistas y colaboradores originales (comunes, unos 160), ninguno de los cuales podría poseer más de un paquete accionario. Así pues, este diario pertenece a miles de personas y a nadie en particular, y en las más de tres décadas transcurridas desde su nacimiento tal sistema de candados ha permitido que el grupo fundador –que ha tenido bajas por salida voluntaria o por fallecimiento, así como nuevas incorporaciones, incluso de trabajadores sindicalizados– mantenga la línea editorial primigenia y que ningún consejo de administración pueda imponerse a las decisiones periodísticas.

Se quería un periódico que diera información y análisis a una sociedad que estaba sedienta de ambas cosas; se pretendía, ya por entonces visibilizar (aunque tal expresión aún no existiera, o no se hubiera puesto de moda) a los actores sociales que no aparecían en el panorama informativo habitual (movimientos sindicales, agrarios, sociales y políticos, procesos artísticos, intelectuales y académicos, entre otros); se buscaba, además, establecer una fuente de trabajo digno para todos los que participaban en la producción del periódico. Lo que a nadie se le pasó por la cabeza fue el negocio como objetivo: La Jornada siempre ha tratado, no siempre con éxito, de hacer dinero para informar, pero no ha buscado informar para hacer dinero.

Por ello, la empresa editora no ha repartido nunca utilidades a ningún accionista. Las ganancias, cuando las ha habido, se han invertido en la adquisición de activos y, sobre todo, en el mejoramiento de las condiciones salariales y laborales. Ello explica el hecho de que se haya conformado en este periódico un contrato colectivo que probablemente no tenga igual en el país en lo que se refiere a beneficios para los trabajadores.

De unos años a la fecha, sin embargo, la crisis financiera por la que atraviesan los medios informativos tradicionales (particularmente, los impresos) en México y en el mundo, se haya hecho sentir en La Jornada. A ello se sumaron dificultades de cobranza que en el contexto de estancamiento económico nacional no son exclusivas de este diario. Para encajar esas tendencias, la administración del periódico fue realizando año tras año ajustes y reducciones en distintos rubros y sacrificando incluso sus perspectivas de crecimiento, con el fin de mantener intactos los salarios, mantener en un mínimo las reducciones a las prestaciones del personal y evitar un despido masivo. De esa forma, la nómina y los pagos de personal fueron consumiendo una porción cada vez mayor de los ingresos, hasta que se llegó a un punto en el que ocuparon más de 90 por ciento, y eso colocaba a Demos y a La Jornada en la perspectiva de una rápida bancarrota. Se hizo necesario, entonces, apelar a la comprensión de los trabajadores sindicalizados para eliminar casi todas las prestaciones que no estuvieran previstas en la Ley Federal del Trabajo.

Ante el conato de huelga (en menos de 72 horas fue declarada inexistente e ilegal) emprendido el 30 de junio por la dirigencia y un sector del sindicato Independiente de Trabajadores de La Jornada, algunos han querido ver, por desconocimiento o por mala fe, un conflicto entre el capital y el trabajo; otros han inventado que hay en La Jornada directivos privilegiados que, con tal de mantener condiciones de vida supuestamente principescas, decidieron sacrificar a los trabajadores, y no ha faltado quien llame “esquiroles” a quienes nos mantenemos fieles a los principios y propósitos que hace casi 33 años dieron vida a este periódico. Pero, sobre todo, ha habido una oleada de expresiones de simpatía y solidaridad que ameritan, además de agradecimiento, el compromiso de mantener viva a La Jornada.