13.6.17

Blindaje de cinismo


No es tan nuevo ni exclusivo de México: hace unos años, por ejemplo, las filtraciones de Edward Snowden exhibieron que el gobierno de Estados Unidos espiaba a media humanidad, incluyendo a algunos de sus más prominentes especímenes, como Angela Merkel, François Hollande y Dilma Rousseff. En los países afectados por la vigilancia furtiva estadunidense el espionaje es delito, y sin embargo Barak Obama, responsable máximo de esas graves infracciones legales, ni siquiera consideró necesario ofrecer disculpas y explicaciones por tal actividad cometida en perjuicio de algunos de sus más estrechos aliados. Y las alianzas sobrevivieron al episodio y no pasó nada.

Y qué decir de Donald Trump, quien fue exhibido en un video como agresor sexual y en lugar de ser retirado de la contienda electoral en la que participaba, siguió en ella y la ganó. Y Sarkozy. Y Temer. Y Peña Nieto. Si alguna vez lo fueron, el pudor y la vergüenza han dejado de ser un contrapeso o un freno a los excesos, abusos y desviaciones de los gobernantes. Revelaciones y escándalos ya no les representan un peligro porque han construido una suerte de blindaje ante el repudio social.

La elección mexiquense del domingo 4 de junio es un caso extremo. El uso faccioso de diversas instituciones, desde la Presidencia de la República hasta las presidencias de casilla; la derrama de dinero, regalos y presiones a los electores para que sufragaran por Del Mazo; las campañas de siembra de terror, desinformación y difamación; las agresiones contra la oposición. El fraude es inocultable pero las autoridades electorales han decretado su inexistencia o, cuando menos, su irrelevancia. En la sesión del Consejo General del INE del 9 de junio, el consejero Ciro Murayama dijo que resultaba “descabellado” hablar de fraude en el Edomex y regañó a quienes señalaron toda la inmundicia en el manejo de cifras por parte del IEEM y les dijo que no debían “demeritar desde la ignorancia el trabajo bien hecho de los científicos”. De la soberbia tecnocrática a la insolencia porfiriana.

Pero vamos a ver: toda muestra suficientemente representativa tomada al azar tendrá una cercanía al fenómeno observado con un porcentaje de confianza y un margen de error. Dicho margen disminuye y el porcentaje de confianza aumenta cuando la muestra representa mejor al fenómeno observado. Por eso, en unas elecciones limpias y regulares, cuando se lleva contado el 25 o el 30 por ciento de las casillas el resultado ya no cambia. Esto es porque esa primera cuarta o tercera parte del total forma una muestra suficientemente grande. Pero resulta que al conteo rápido le faltaron casillas (a posteriori nos informan que cambiaron las reglas de ese ejercicio justo a la mitad del juego o que el PREP mexiquense no siguió la lógica y que en vez de consolidarse, las tendencias empezaron a variar conforme crecía el universo computado (igualito que en 2006, oh).

“Denunciar sin probar es inaceptable”, afirma Murayama, y paree que sus palabras no son únicamente una descalificación de antemano a las inconformidades de la oposición y de la sociedad sino también un guión para los fallos del Tribunal Electoral que están por venir.

El problema es la definición de “prueba” de los funcionarios electorales del régimen. “Lo único que prueba esta prueba es que existe la prueba”, o algo así, dijo Alejandro Luna Ramos en 2012 cuando se le llevaron toneladas de materiales que evidenciaban la masiva compra de sufragios y voluntades realizada por el equipo de campaña de Peña Nieto.

Ahora alguien nos quiere convencer de que Del Mazo triunfó el pasado domingo 4. Ese triunfo es como un cerdo con alas postizas al que se pretende hacer pasar como un pegaso.

–Oye, pero los pegasos no existen.

–Ah, cómo no. Ahorita te enseño un documental.

Y entonces nos presenta un fragmento de una película de fantasía. Al amplificar los fotogramas de una película de fantasía, un detractor descubre unas cinchas con hebilla entre el ala y el torso del animal. Logra comprobar de manera exhaustiva que la imagen misma no es un montaje y la presenta como prueba de que el pegaso es en realidad un caballo disfrazado.

“Sea, pues –dirán nuestros sapientísimos consejeros electorales–. Allí hay unas correas, pero no prueban que la película recurra a un engaño ni desmiente la existencia de la criatura. Igual podría tratarse de un pegaso al que le gusta usar tirantes”.

Ese Instituto Nacional Electoral será el que organice los comicios presidenciales del año entrante y el que cuente los sufragios, y está dispuesto a afirmar, con acento altanero y tecnocrático, que un cerdo con alas de cartón y plumas de gallina es un pegaso auténtico.

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