8.9.16

Nochixtlán sigue doliendo





Renunció Manlio Fabio a la dirigencia del PRI y levantó una polvareda de comentarios, rumores e interpetaciones sobre los movimientos digestivos en las tripas del régimen tras la catástrofe electoral de dos semanas antes. Pero la afrenta de Nochixtlán, con sus muertos y sus heridos inocentes a manos de las fuerzas federales, estaba en carne viva. El aún jefe de la Policía Federal, Enrique Galindo Ceballos, dijo con toda la tranquilidad del mundo que sus efectivos, unos dos mil, habían acudido desarmados y que habían sido víctimas de una emboscada, y que los documentos gráficos que demostraban lo contrario seguramente eran engendros del Photoshop.

En los días siguientes el régimen tuvo que abrir, por medio de la Secretaría de Gobernación, la válvula de las negociaciones con el profesorado democrático y en los días siguientes ensayó ademanes distractores. Luego de 48 horas de clandestinidad, Aurelio Nuño compareció con gestos inseguros y temblorosos –cuándo, él– para asegurar que no tenía nada que ver, etc. Luego se anunció un brutal recorte en el gasto federal de educación y salud y se le echó la culpa a los ingleses porque se habían salido de la Unión Europea y con ello habían introducido factores de desasosiego en las finanzas mundiales. Y seis días más tarde, en la localidad mixteca asaltada por las fuerzas del gobierno, había heridos de bala que no habían recibido atención médica.

Peña Nieto presumía su insólito disfraz de progre y enviaba saludos por Twitter a la Marcha del orgullo LGBTTI. Pero Nochixtlán seguía doliendo y nadie en el régimen explicaba quién y por qué ordenó a los efectivos policiales –los federales propiamente dichos y los de la Gendarmería– disparar contra los integrantes de la barricada, gasear a todo un barrio, capturar a los deudos que asistían a un entierro en el cementerio y emprender una cacería de inocentes en el pueblo.

Amnistía Internacional habló del escándalo de las mujeres detenidas y torturadas de manera habitual por las corporaciones policiales y militares y con ese agregado al telón de fondo Enrique Peña Nieto marchó a Canadá para que escuchar los gritos de “¡asesino!” y para que Barack Obama y Justin Trudeau lo despreciaran en forma explícita y a cámara. De paso, y a contrapelo de los encuentros en curso en Gobernación dijo que la reforma “educativa” “no estaba sujeta a negociación”. Pero Nochixtlán siguió doliendo y exasperando.

Diez días después de la barbarie gubernamental, la Segob anunció que los daños a las víctimas de Nochixtlán serían reparados y que una delegación oficial viajaría a la localidad para que el gobierno se enterara de las consecuencias de lo que él mismo había perpetrado. Bajo la lluvia de mentiras urdidas por las cúpulas empresariales nacionales y oaxaqueñas sobre “desabasto” en Oaxaca, Miguel Ángel Osorio Chong dijo que se había “agotado el tiempo” y que las autoridades procederían al desalojo de los bloqueos. Como si el azaroso reloj gubernamental no se hubiera cansado desde antes, desde el 19 de junio, cuando policías federales mataron e hirieron a civiles en Asunción Nochixtlán.

El peñato traicionó su promesa de que la reforma energética impulsaría reducciones en las tarifas de la energía y la CFE anunció alzas en los costos de la electricidad. Un día después el país entero fue sacudido por una jornada de manifestaciones de los maestros en lucha con apoyo de padres de familia y ciudadanía en general. El gobierno buscó una salida fácil y sacó del bote de la basura a la cúpula charra del SNTE para hacerle unas concesiones que hasta ahora se niega a realizar al magisterio democrático. 18 días después de la masacre un alto funcionario gubernamental –Roberto Campa Cifrián– visitó por primera vez Nochixtlán, en medio de gritos de protesta. Hizo promesas. El Senado se dio cuenta de que era necesario cuando menos “revisar” la reforma “educativa”. Y Nochixtlán seguía doliendo.

Peña pidió perdón a los mexicanos por sus escándalos de corrupción –no por los actos que los generaron– pero no por las muertes de civiles a manos de la policía bajo su mando ni por la brutalidad que se abatió sobre una población entera. Hacienda volvió a apretar las tuercas –y a traicionar las promesas gubernamentales– con un nuevo gasolinazo. El último día de agosto cerca de un centenar de sobrevivientes de Nochixtlán llegaron hasta la capital de la República con sus heridas a cuestas. Expusieron con detalles la barbarie de la que habían sido –y seguían siendo– víctimas. Contaron cómo fueron perseguidos en sus casas, cómo fueron gaseados con granadas y desde un helicóptero, cómo se les negó la atención médica, cómo se persiguió a los heridos.

Los empresarios aumentaban el nivel de su chantaje. Pedían sangre de maestros y comunidades a cambio de seguir pagando impuestos. Pero la PGR se vio obligada a soltar a los dirigentes de la Sección 22 a los que había mantenido presos. En Río de Janeiro el régimen evidenció su pésimo manejo de la política deportiva. Peña se quejó de quienes dan malas noticias. Y Asunción Nochixtlán seguía curándose las heridas con sus propios recursos, y seguía doliendo.

La CNDH estableció que el 22 de mayo del año anterior, en Tanhuato, Michoacán, la Policía Federal había asesinado a 22 personas. La misma Policía Federal comandada por Enrique Galindo Ceballos que atacó la localidad mixteca poco más de un año después. En San Salvador Atenco, diez años después de la brutal represión lanzada por Fox y Peña Nieto en contra de ese pueblo mexiquense, integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra fueron atacados por un grupo de golpeadores que los deslaojó del plantón que sostenían para impedir la construcción de la autopista hacia el negocio inmobiliario del nuevo aeropuerto.

Se descubrió que Peña había plagiado al menos un tercio de su tesis de licenciatura y las redes sociales tronaron en su contra. Llegó el anuncio del reinicio de clases. En los muros de la parroquia de Nochixtlán seguían los clavos usados para colgar las botellas de suero y el bloqueo carretero usado como pretexto para la represión seguía siendo un sitio de congregación para el pueblo. Los deudos de las víctimas desconfiaban de todo y de todos pero se avenían a contar las razones de su desconfianza: el gobierno los masacró, los gaseó, los persiguió, los privó de la libertad y después les mintió, los engañó, les hizo promesas falsas. No faltó quienes salieran a lucirse ante la opinión pública ni los visitantes de ocasión que pretendieron utilizar el nombre de la población para obtener dividendos políticos. Y los deudos seguían llorando a sus muertos sin justicia, sus heridas no sanadas, su pueblo aún estremecido por el miedo.

Galindo Ceballos fue echado del puesto por lo ocurrido en el rancho michoacano, no por lo sucedido en la población mixteca oaxaqueña. Y vino Trump, y Peña Nieto fue a China a ponerle buena cara a Obama, y Videgaray se fue a su casa de Malinalco a descansar de tantos servicios prestados a la patria, y en Nochixtlán siguen pendientes la reparación y la justicia, y sigue doliendo.

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