12.7.14

¿Y quiénes son
los terroristas?



De nueva cuenta caen las bombas sobre Gaza. Ciento once muertos, y contando. Entre ellos, presuntos combatientes de Hamas pero también transeúntes, mujeres que miraban correr a sus hijos, niños que corrían bajo la mirada de sus madres, viejos sentados en la puerta de sus hogares. El delito colectivo de la mayor parte de los muertos es haber sido esposas de terrorista, o nietos de terrorista o vecinos de terrorista o compatriotas de terrorista.

¿Y quiénes son los terroristas? Pues muchachos, mujeres, hombres maduros con el alma destruida por el robo de su país, de sus casas, de los olivares de sus abuelos, de su libertad de movimiento, de sus derechos básicos. Mujeres y hombres con la mirada enturbiada por tantas muertes sucesivas y precisas como las que hoy transportan los misiles enviados desde las alturas a reventarles la cabeza. Adolescentes y adultos que nacieron, crecieron y se reprodujeron, o no, en una jaula territorial sobrepoblada, bardeada, humillada, abandonada por el planeta y por todos los dioses. Hombres, mujeres, jóvenes con demasiados motivos de venganza como para pensar con claridad, que ven en cualquier judío israelí a un verdugo genérico y que sólo atinan a intentar la devolución de una parte infinitesimal del daño que han sufrido mediante unos tubos rellenos de explosivo, armados en cualquier cocina o taller, de trayectoria incierta y manipulación peligrosa, que en no pocas ocasiones han matado a sus propios fabricantes.

El agravio más reciente: un joven palestino de Jerusalén fue quemado vivo por unos jóvenes judíos “nacionalistas”, como los clasifica el gobierno de Tel Aviv. Hasta allí se trataba de un delito cometido por particulares y la justicia israelí prometió castigar a los asesinos. Pero el primo del asesinado, un joven estadunidense que pasaba sus vacaciones en Al Qods, participó en una manifestación de protesta y los policías ocupantes lo maniataron, lo tiraron al suelo, le patearon la cara y la cabeza hasta desfigurarlo, lo levantaron, lo siguieron pateando y luego se lo llevaron a la comisaría. Allí el joven fue acusado de resistirse a los agentes del orden, condenado a unos días de cárcel y multado. Eso ya no era un asunto entre particulares sino un episodio que ejemplifica la actitud oficial de Tel Aviv en contra de los palestinos. La paliza quedó videograbada.

Los terroristas dicen que esos cohetes precarios son la única voz que les queda para reclamarle al mundo la tragedia nacional en que han sido sumidos.

De acuerdo con un conteo riguroso, entre 2004 y 2012 murieron 26 personas (el gobierno de Tel Aviv eleva la cifra a 61) a causa de los cohetes lanzados por organizaciones fundamentalistas palestinas. Un solo fallecimiento sería demasiado, sin duda, y ameritaría la búsqueda, la captura y el castigo de los responsables. ¿Pero amerita el bombardeo indiscriminado de un gueto pletórico y depauperado, como lo es la franja de Gaza? Para poner las cosas en perspectiva, en el lapso de 8 años arriba referido los Kassam causaron menos bajas mortales que el número promedio anual de muertos por rayo en Estados Unidos (56).

En 22 días (del 27 de diciembre de 2008 al 18 de enero de 2009) el ejército israelí mató a mil 417 personas en Gaza (926 de ellas, civiles), y en la siguiente incursión masiva (del 14 al 21 de noviembre de 2012) dio muerte a 55 combatientes y a más de un centenar de civiles.

En ambas ocasiones, el gobierno de Israel argumentó que los bombardeos aéreos y terrestres contra las concentraciones urbanas de la franja de Gaza tenían el propósito de destruir la capacidad de las organizaciones radicales palestinas de lanzar misiles hacia territorio israelí. En ambas ocasiones, a lo que puede verse, no logró su objetivo. Los tubos rellenos de explosivo siguieron cayendo sobre poblados y sobre despoblados israelíes y matando ocasionalmente a alguna persona. Si en algo fueron eficaces fue en someter a un severo estrés a los pobladores de las localidades cercanas a la franja. Y siguieron siendo la voz retorcida y delictiva que de cuando en cuando le recuerda al mundo la tragedia palestina, así sea porque cada dos años dan pie para una nueva masacre de civiles en Gaza.

En cambio, el Estado hebreo se exhibió como vengativo, desproporcionadamente cruel y tan desdeñoso de la legalidad internacional como cualquier guerrilla fundamentalista africana. La desesperada barbarie de los atacantes ha sido respondida con una barbarie infinitamente más costosa, poderosa y destructiva, friamente calculada en sus detalles tácticos y siempre fallida en la estrategia: los niños, hombres, mujeres y ancianos asesinados por misiles mucho más potentes, precisos y caros que los Kassam palestinos son nuevos y multiplicados alicientes para que otros desesperados fabriquen nuevos cohetes caseros y los lancen contra Israel.

La pavorosa asimetría entre ambos bandos ha dado lugar a observaciones de un acendrado humorismo involuntario, como la que formula el grupo de derechos humanos israelí B’Tselem: “los cohetes Kassam son en sí mismos ilegales, incluso si son lanzados hacia objetivos militares, porque son tan imprecisos que ponen en peligro a los civiles del área desde la que son lanzados tanto como en la que aterrizan, violando con ello dos principios fundamentales de la leyes de guerra: distinción y proporcionalidad”. Y uno se pregunta si para evitar la condición delictiva de los misiles caseros no habría que dotar a las fuerzas palestinas con aviones a reacción y bombas guiadas por láser como los que emplea Israel. Pero no: tampoco esos artefactos, ni quienes los tripulan ni quienes ordenan sus incursiones, distinguen bien entre combatientes y civiles. Así lo atestiguan los cadáveres de Amina (28 años) y de Mohamed (3), que anoche se apilaban, entre otras decenas de muertos civiles, en la morgue de Gaza. ¿Y quiénes son los terroristas?

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dice que hará lo que sea necesario con tal de garantizar la seguridad y la tranquilidad de los habitantes de su país. Que deje de enviar aviones de guerra a matar gente en Gaza, porque la solución clara y definitiva para la paz entre ambos pueblos está frente a él desde hace muchos años: restituir la totalidad de Cisjordania a sus legítimos dueños, los palestinos y permitir un estatuto binacional para Jerusalén.

9.7.14

Gaza bajo las bombas

Mohamed tiene un juguete nuevo,
grande y monstruoso:
su casa derribada.
Las escaleras se volvieron un muro zigzagueante.
Los techos están al alcance de la mano.
Las ventanas
–una de ellas conserva de milagro
los cristales intactos–
dan al cielo
como el toldo panorámico de un coche
y Mohamed
tiene entre los escombros
un sitio para descubrir
camisas y cucharas enterradas,
juguetes polvorientos,
papeles que perdieron su sentido,
y tiene también un nuevo
territorio accidentado
para jugar a las escondidas
–hay tan pocos como ese en su patria bombardeada.


Allí no va a encontrarlo nadie
porque su hermano mayor ha muerto,
porque su hermana, Amira, está en el hospital
con el torso adornado por esquirlas,
porque sus padres van de un lado a otro,
oscilando como electrones entre los polos
del hospital y de la morgue.
No lo hallarán tampoco los misiles
porque esos otros juguetes de Israel
son tan inteligentes
que no repetirán una tarea ya cumplida
y no caerán por segunda vez
en ese mismo sitio
en donde ayer hubo una casa
y hoy, un juguete nuevo y grande,
regalo de Israel para Mohamed.






2.7.14

Mireles en La Mira



El pasado 13 de mayo publiqué un artículo titulado “Mireles en la mira” en el que que concluía: en contra de José Manuel Mireles “y en contra de sus seguidores se está configurando una triple alianza que puede esquematizarse como Tuta-Castillo-Pitufo y esa sola perspectiva deja al descubierto (porque la gente no es tonta) el carácter verdadero de la estrategia peñista para Michoacán”. Por coincidencia, 45 días después el líder de autodefensas fue detenido, junto con otras 82 personas, precisamente en la tenencia de La Mira, municipio de Lázaro Cárdenas. El episodio forma parte de un guión. El azar sólo se encargó de que ese encabezado coincidiera con la toponimia.

La valoración formulada hace mes y medio sigue siendo válida. Aunque el comisionado Alfredo Castillo se empeñe en asegurar que las cosas en Michoacán han cambiado, el único cambio visible es el del encargado del Poder Ejecutivo estatal. Por lo demás, la delincuencia organizada está viva y actuante, y ahí está, como ejemplo, el asesinato del autodefensa y guardia rural Santiago Moreno Valencia y de toda su familia (la esposa y tres hijos de entre 11 y 16 años) apenas el pasado 19 de junio. En su última alocución pública antes de ser arrestado, Mireles contó que, cuando el rancho de Moreno Valencia era atacado a balazos, recibió una llamada de auxilio, se puso en contacto con los militares en la zona y les pidió apoyo para asistir a las víctimas. Los uniformados le respondieron que no tenían autorización para moverse de sus posiciones, pero en cambio obstaculizaron el tránsito del médico y sus hombres. Cuando los autodefensas lograron llegar al lugar –situado en los límtes entre Jalisco y Michoacán– sólo encontraron cadáveres. Ya perpetrado el crimen, policías federales y guardias rurales dóciles a Castillo emprendieron la búsqueda de los asesinos. O sea que muchos ciudadanos michoacanos andan armados no por querer violar la ley, sino por el antojo de seguir vivos.

Ocho días más tarde Mireles fue aprehendido por violación a la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos agravada (Lfafe), Castillo dixit, y por delitos contra la salud en su modalidad de posesión simple de sustancias prohibidas. Lo segundo porque en el vehículo en que viajaban el líder y sus escoltas se encontró, además de armas de fuego y cartuchos, cuatro bolsas con mariguana y una bolsa con cocaína.

La segunda parte del señalamiento puede tomarse con un poco de suspicacia, porque ya se sabe que, cuando se trata de Mireles, el comisionado Castillo es muy hábil para hacer novela policiaca a partir de los hechos reales. En mayo, por ejemplo, dijo que había fotos del médico sosteniendo alguna cabeza como trofeo, cuando la verdad es que simplemente ayudaba a un agente del Ministerio Público a identificar un cadáver.

Pero lo más interesante de la declaración formulada ayer por el comisionado peñista es lo de la posesión de armas. En un afán por esgrimir coartadas que recuerda al atleta paralímpico sudafricano Óscar Pistorius, Castillo reprochó al ahora imputado el incumplimiento del acuerdo con los líderes de las comunidades organizadas, incluido el propio Mireles, que a partir del 10 de mayo del presente no se permitiría más la movilización de personas civiles armadas, así como la portación de armas de grueso calibre. Leamos bien: el 14 de abril, fecha de ese acuerdo –que Mireles niega haber firmado, por cierto–, Castillo se arrogó la facultad absolutamente extralegal de suspender la aplicación de la Lfafe en Michoacán durante casi un mes. Luego, el que fuera encargado de resolver el caso de Paulette Gebara Farah en el estado de México (el cual dio lugar a otra memorable creación literaria) otorgó, sabrá Dios con qué bases, rango de ley a un convenio y, de paso, se erigió, y erigió a los dirigentes de autodefensas que lo signaron, en legisladores. Con la misma pulcritud jurídica decidió que el acuerdo tendría vigencia de 26 días. Sin embargo, pasaron otros 47 antes de que decidiera restituir la vigencia de la Lfafe, hiciera valer tal acuerdo y se procediera a la detención de Mireles y sus hombres, cuando éstos avanzaban hacia el puerto de Lázaro Cárdenas para combatir a los Caballeros Templarios allí atrincherados. Significativamente, para éstos la Lfafe no tiene fecha de aplicación.

Ahora Mireles ya no está en la mira ni en La Mira, sino en un penal federal de Sonora acusado de portación ilegal de armas de fuego y narcotráfico, y sus compañeros han sido desperdigados por media docena de cárceles en diversos puntos del país. En los hechos, la aplicación del estado de derecho al estilo Alfredo Castillo debe provocar un enorme suspiro de alivio y tranquilidad a los cabecillas de la delincuencia organizada michoacana. Con guardaespaldas de esa categoría, quién va a andarse preocupando.