3.8.12

Gracias



A mediados del siglo pasado,
cuando vine a este mundo,
los bebés se morían de paludismo
o de disentería.
Pero no me morí. Llegué a ser joven.

Varios de mis amigos de juventud
fueron asesinados por algún gobierno.
Por lo visto, no me fue deparada esa suerte.
Más bien seguí creciendo.

Tampoco me fue dado morir de una sobredosis
como le ocurrió a uno que otro
ni dejé los pedazos en un accidente de tránsito.

Alguna vez robé para comer
o para comprarle flores a alguien
pero no he matado ni violado a nadie.
Es cierto que a uno le rompí la nariz
y que otro me la rompió a mí.
Me disculpo, si ha lugar, con el primero
y no le guardo rencor al segundo
porque eso fue hace mucho tiempo.

Nací sin la glándula de la fe
y no tuve buena suerte con las creencias
mas no por eso he orinado en el altar de Cristo
o gritado blasfemias en la mezquita
o untado un moco en el Muro de los Lamentos
aunque, por supuesto,
hice muchas cosas que no habría debido hacer.

Tal vez a los 30 me habría gustado
morir de amor. Pero eso no estaba en mi destino.

A fin de cuentas, tuve una hija.
Da la impresión que nos caemos bien;
a veces consigo hacerla reír,
aunque por lo general me sigue la corriente
y me dice mentiras piadosas.

Me hice de un oficio;
logré conocer París y hasta Moscú y Estambul
y no me he partido la madre en un avionazo.

Tengo jirones de familia sanguínea por aquí y por allá,
me quieren y los quiero y todos lo sabemos,
aunque no nos veamos casi nunca,
y también tengo
mucha familia de adopción voluntaria
–mamás, papás, hermanas y hermanos–
y entre todos nos mantenemos atornillados a la cáscara del mundo.

Conozco a una mujer misteriosa.
Es un poco niña desamparada y un poco maestra inflexible;
es grácil y torpe; seca y amorosa;
pertinaz y frágil,
cachonda y tímida.
Cuando no está en silencio suele decir cosas muy agudas.
A veces, sus pensamientos se enredan en su pelo ensortijado
y en ellos se enredan, a su vez,
una lechuga, un búho, un reloj
o una mariposa roja.
O sea que me sorprende casi siempre
y por esas sinrazones, o a pesar de esas razones
y por otras que no quiero contar,
parece ser que me he enamorado.
Ella me exprime la ternura hasta la última gota
y me tiene la mente ocupada con pensamientos lascivos
16 horas de cada día.

Leí dos o tres cosas y sobre esas
he ido construyendo un pequeño edificio
de lecturas subsecuentes.
Desde la azotea miro el valle que me rodea.

A propósito de construcciones,
tengo una casita en la que caben
cuatro o cinco personas (ochocientas, máximo),
dos perros, siete pericos australianos,
una colonia de búlgaros que me regaló Diana,
un coche viejo y una computadora que algún día
rellenaré de tierra para sembrarle geranios.

Por lo pronto, me he vuelto una especie de médium
–aunque no crea en esas cosas–
por cuya boca alguna gente dialoga consigo misma
(aunque eso no me exime de ir a comprar verduras,
de pagar impuestos a regañadientes,
de detenerme en los semáforos cuando están en rojo,
de ser común y corriente).
Tal vocación me sigue siendo extraña
pero me ha multiplicado las amistades.

Creo que la sangre recorre el organismo
sin más propósito que producir cosas buenas
como un orgasmo,
o cuando menos, interesantes,
como un poema,
o, ya de perdida, graciosas,
como un chiste.

Y aunque parezca que me contradigo,
creo que hay que creer
y no ser demasiado cínico.
Creo que la esperanza lo mueve a uno
pero que no es indispensable:
si se acaba se puede seguir haciendo lo correcto
porque queda el sentido del deber.

También creo que uno no es nada sin los otros,
sin los demás que ya se fueron,
sin los demás que están ahora,
sin los demás que vendrán mañana,
sin los otros de aquí al ladito y sin los otros de las antípodas
y que se debe decir “gracias”
a la mayor parte de los humanos que habitaron, habitan
y habitarán en el mundo.

No he terminado con esa tarea.
Será tal vez por eso que he llegado a los 54
y sigo sin morirme.

1 comentario:

HrtsnchzFrnk dijo...

Felicidades y gracias a ti por ser un medium necesario en un mundo falto de palabras limpias y mentes claras.