27.11.08

Hace 25 años, en Mejorada del Campo

Ibargüengoitia, Traba, Rama y Scorza

Lo más dañino para la cultura latinoamericana, después de los gobiernos militares y la televisión, es el aeropuerto de Barajas. Hoy hace 25 años murieron, en los alrededores de esa terminal aérea nefasta, varios grandes de las letras y del pensamiento que viajaban a bordo de un Boeing 747 de Avianca, procedente de París, y que debía hacer una escala en Madrid antes de volar rumbo a Bogotá, donde asistirían a un encuentro cultural organizado por la Academia Colombiana de la Lengua. Los tripulantes introdujeron coordenadas erróneas para el aterrizaje, interpretaron mal las señales del radiofaro y el piloto viró a la derecha antes de tiempo. Para colmo, el controlador aéreo no dio seguimiento en el radar a la trayectoria equivocada del jumbo. En consecuencia, la aeronave descendió antes de tiempo, al suroeste de la pista, en la localidad de Mejorada del Campo; a la una de la tarde con cinco minutos, el motor número cuatro y el tren de aterrizaje derecho chocaron contra un montículo; tres segundos después el avión rebotó en otro cerro, volvió a caer, el ala derecha se rompió en el terreno, la nave se arrastró unos 800 metros, giró 180 grados sobre su eje y el fuselaje quedó invertido, fragmentado en cinco pedazos llameantes. Sólo 11 o 12 de las 192 personas que viajaban en el aparato se salvaron, más o menos de milagro, porque la fuerza del impacto las arrojó hacia afuera o porque, en los primeros instantes tras la caída, lograron abandonarlo.

En esos tiempos, la corrección política no prohibía la difusión de imágenes fuertes, y en un video de la época puede verse a rescatistas que recopilan cosas que parecen pollos rostizados, así como a un viejito no identificado que llora, en falso, al mecenas literario Conrado Blanco, quien falleció 15 años después del avionazo; al académico José García Nieto, muerto en 2001; a Pedro García, quien en ese entonces ya era difunto; al editor y ensayista Guillermo Díaz-Plaja, quien murió un año después, y a Carlos Murciano, que sigue vivo. En su obituario precipitado omitió, en cambio, a la pianista catalana Rosa Sabater, que fue una de las víctimas. Es posible que este enredo hubiese dado a Jorge Ibargüengoitia materia para un relato, pero el gran guanajuatense ya no se enteró porque murió en el avionazo.

“Crecí entre mujeres que me adoraban. Querían que fuera ingeniero: ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara. [...] Faltándome dos años para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme a escribir. Las mujeres que había en la casa pasaron 15 años lamentando esta decisión [...] Más tarde se acostumbraron.” Pero Ibargüengoitia se hizo dramaturgo, y cuando una de sus primeras obras (El atentado) recibió el premio Casa de las Américas decidió volverse novelista, y creo que sigue siendo, para buena fortuna de México, uno de los más leídos del país.

Dicen que cuando le llegó la invitación al encuentro de Bogotá, Ibargüengoitia, quien había fijado su residencia en París, se mostró reacio a asistir, que a última hora decidió viajar, que se llevó consigo el original de la novela que estaba escribiendo en ese momento y que el manuscrito desapareció junto con su autor. Aun con ese faltante, el hombre ha dejado una marca agridulce y duradera en la memoria de incontables lectores de varias generaciones.
Aunque también incursionó en la narrativa y en el teatro, el uruguayo Ángel Rama, otro de los pasajeros ilustres del infortunado vuelo, pasó a la historia como crítico, académico y ensayista y visioniario de la cultura continental. En abril de 1964, en el semanario Marcha, de Montevideo, cuyas páginas de literatura dirigió, dijo de García Márquez: “La comprensión exacta de una realidad pareciera ser la que gobierna en este caso a un escritor, y hace de él, a los treinta y cinco años, uno de los narradores importantes del continente”.

En ese mismo texto, Rama sintetizó, con unas palabras que 44 años después mantienen su vigencia, la violencia colombiana: “¿Cuándo empezó? ¿Quién fue el primero? ¿Por qué se originó? ¿Cuáles fueron sus episodios más llamativos? Pero a medida en que los años pasaron, esa violencia, al continuar invariable, se transformó en estado natural; la distorsión de realidad y vida se hizo norma, costumbre cotidiana. Ni siquiera parecen alarmar al resto del continente los 100 mil muertos de una guerra civil no declarada”. La violencia dictatorial que se abatió sobre su país convirtió sus andanzas mundiales en exilio y lo privó de nacionalidad. Por eso, el 27 de noviembre de 1983, Rama viajaba con un pasaporte venezolano.

Me salto el orden alfabético para no separar a Ángel Rama de Marta Traba, su mujer, quien viajaba también en el aparato de Avianca, y no precisamente en calidad de mera acompañante: nacida en 1930 en Buenos Aires, Marta tenía una extensa trayectoria como crítica de arte, como periodista, como ensayista (El museo vacío), como poeta (Historia natural de la alegría), como novelista (Las ceremonias del verano), como conductora de programas culturales en la televisión, como errante lúcida y como mujer de izquierda. A fines de los años 40 del siglo pasado, con apenas 19 años, tuvo el empuje de largarse, sola, a París, donde estudió historia del arte; posteriormente se estableció en la capital colombiana con su primer marido, el periodista Alberto Zalamea, y dirigió el Museo de Arte Moderno de Bogotá; en 1968, el presidente Lleras Restrepo le otorgó un plazo de 24 horas para que abandonara el país, porque Marta repudió la toma de la universidad por los militares; sin embargo, la sanción no pudo llevarse a cabo porque generó un repudio generalizado. A comienzos de 1983 acababa de ganar una dura guerra contra el cáncer y se sentía, más que nunca, apegada a la vida.

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Para 1983, Manuel Scorza, peruano, tenía 55 años, lo que difícilmente puede considerarse una edad provecta. Muchos años antes le había escrito a Rubén Bonifaz Nuño:

Bajo los árboles vertiginosos del crepúsculo, /vestidos de viudos, hemos de vernos. / En las estepas de los gentíos / me verás, te veré, nos veremos. / Y alrededor de nosotros / los recuerdos de pico ensangrentado. / Las hélices amarillas del otoño / degollando pájaros inocentes. Cierta tarde –cualquier tarde– / en una esquina nos desconoceremos. / Y por calles diferentes / a la vejez nos iremos.

El destinatario de esos versos llegó a una vejez colmada de reconocimientos muy merecidos. El remitente, en cambio, se quedó en la tierra chamuscada de Mejorada del Campo. Dejó tras de sí poemarios lúcidos, amargos y de títulos sorprendentes (Las imprecaciones, Los adioses, Desengaños del mago, El vals de los reptiles) y, sobre todo, un deslumbrante ciclo de novelas al que igual llamaba “Balada” que “La guerra silenciosa”: Redoble por Rancas (1970), Garabombo, el invisible (1972), El jinete insomne (1977), Cantar de Agapito Robles (1977) y La tumba del relámpago (1979). Cerrada la serie, una suerte de mural de las luchas campesinas de su país, en las que el propio Scorza participó con fervor militante, publicó La danza inmóvil (1983), complejo texto de exploración y experimentación. Fue un hombre comprometido y, al igual que Rama, carne de exilio.

Una frase del peruano podría resumir el final trágico de los cuatro: “No somos sino palabras escritas por el dedo de alguien en un muro invisible”. Tal vez, pero ellos siguen siendo palabras mayores.

25.11.08

Candor o cinismo

Daniel Aguilar/REUTERS

O sea que, después de varios años de tener bajo su mando a la Policía Federal Preventiva, y a dos de haberse hecho cargo de la SIEDO y de la AFI, Eduardo Medina Mora ha descubierto que “este país nunca se planteó con suficiente seriedad la construcción de instituciones policiales” (El País, 23/11/08). ¿Cuándo se dio cuenta? ¿La semana pasada? O sea que Genaro García Luna, ex director de la AFI y sucesor de Medina Mora en la SSP, ha vivido todos estos años (sin enterarse, claro) en medio de un hervidero de informantes del narcotráfico, y que él pensaba que sus subordinados tenían una suerte excepcional con la lotería, y que por eso las casotas y los cochesotes. O sea que cuando Felipe Calderón Hinojosa emprendió una “guerra frontal contra la delincuencia”, los mandos operativos de la PFP y de la AFI se encontraban a sueldo de los cárteles de la droga: ¿y cuántos policías fueron colocados de esa manera en la mira de los cuernos de chivo, señores gobernantes? Para que nada falte, el primero de los mencionados afirma que ahora sí se acabó, y que en lo sucesivo, para evitar las fugas de información de la procuraduría, se les quitarán las conexiones USB y las unidades de CD a las computadoras de la dependencia y se suprimirán las impresoras.

Señor procurador: es posible que usted no lo sepa, pero combatir a la criminalidad es un poquito más difícil que impedir que los niños vean páginas porno. Ahórrenos el espectáculo de sus explicaciones, de aquí a unos meses, sobre cómo un empleado de la dependencia a su cargo usó un lápiz para copiar en una tarjetita la información de la pantalla y luego se la pasó a los narcos, o de cómo un técnico de sistemas fue sobornado para instalar un “troyano” o un “spyware” por el que se fue la vida de quién sabe cuántos agentes. Haga que le platiquen algunas nociones básicas de computación, entérese que no está usted al mando de un laboratorio de informática de una escuela primaria, sino de la Procuraduría General de la República y deje de tomarse el pelo pretendiendo que se lo toma a la ciudadanía.

¿Candor o cinismo? Candor, si se considera la ingenuidad del intento de venderle a la opinión pública esta “operación limpieza” con la que se pretende poner de manifiesto la firme determinación de las autoridades de ir a fondo en el combate de la criminalidad y bla, bla, bla, porque la firmeza que se pretende comunicar tiene por objetivo inocultable la catástrofe de descomposición y corrupción generada por la ineptitud de los propios gobernantes, éstos de ahorita, a los mismos a los que se les dijo en múltiples ocasiones que antes de ir a tirar balazos contra los delincuentes era imperativo sanear las corporaciones policiales.

La parte del cinismo es la siguiente: en un régimen democrático, en el que las autoridades son electas por el sufragio del pueblo, bastaría con la mitad de este desastre para que los propios funcionarios sintieran el reclamo de su propio decoro y presentaran sus dimisiones. Y si no, las instancias legislativas emprenderían sin más trámite juicios políticos contra los responsables del naufragio de la seguridad pública y del estado de derecho y los pondrían de patitas en la calle, o casi. Eso sería mejor, en el caso de México, que esperar a que los poderes fácticos empresariales, caciquiles y mediáticos que impusieron al actual gobierno acaben de hartarse de su ineptitud, su corrupción y su mendacidad, y se pongan de acuerdo para remplazarlo, en forma tan antidemocrática y turbia como lo conformaron.

21.11.08

Ineptitud


Ahora la culpa es de los pilotos, quienes no estaban suficientemente capacitados, y tal vez también de los controladores aéreos, quienes no sólo introdujeron en el sistema una etiqueta equivocada (LJ25 en vez de LJ45), sino que omitieron advertir a los tripulantes de las consecuencias fatales que habrían de sobrevenir si no frenaban en seco para eludir la turbulencia de la aeronave que los precedía.

Primero vimos cómo un joven y ambicioso traficante de contratos, convertido en cogobernante por efecto del amiguismo, y quien pasó 10 meses acosado por un repudio popular del que no hay precedentes en la Secretaría de Gobernación, fue elevado, tras su muerte, a la categoría de Cid Campeador. Luego llegó la beatificación, más discreta, de otro de los difuntos: un policía de maneras bruscas y escrúpulos escasos, que en el sexenio pasado anduvo dando palos de ciego contra la delincuencia y transmutando inocentes en culpables y quien, con ese desempeño, cometió severos agravios contra la sociedad y fue corresponsable de la actual catástrofe de seguridad pública.

Tras la conversión post mortem de estos sórdidos funcionarios en ciudadanos ejemplares, el discurso oficial y su coro de medios enfocan sus baterías contra otros dos muertos en el avionazo, el piloto y el copiloto, y amagan a los controladores. Independientemente de que el desastre haya sido consecuencia de un atentado, de errores humanos o de fallas técnicas, al régimen calderonista le urge descartar la primera de esas posibilidades porque con ella se alimenta la imagen de un gobierno débil y acorralado por los efectos de su propia fanfarronería. Se presenta, entonces, como elemento indicativo de accidente, una transcripción censurada y sospechosa de la conversación que tuvo lugar en la cabina del Learjet minutos antes de su desplome. (Ni modo: el gobierno está tocado por la sospecha en todas y cada una de sus palabras, y se lo ha ganado a pulso con su mendacidad sistemática.)

Haiga sido como haiga sido, el show a cargo de Luis Téllez se parece a la fabricación de culpables (por cierto, era una de las prácticas favoritas del difunto Santiago Vasconcelos): se busca crear la impresión de que los operadores del avión eran un par de bobos al estilo de El Gordo y el Flaco, capaces de confundir a ojo Michigan con Michoacán, e ignorantes de las reglas más básicas de la aeronavegación. Para el domingo ya se les buscaba un complemento de impericia con la difusión de versiones sobre unos controladores aéreos fodongos e indolentes. De seguro, los de la Torre de Control eran personal sindicalizado, ¿verdad, señor Téllez? Ah, esos enemigos de la calidad y de la productividad, incapaces de comprender el ánimo transformador de los mexicanos de bien que estudian en alguna universidad de Estados Unidos para luego volver al país a iluminarnos con su sapiencia.

No hay forma de saber cuánto hay de cierto y cuánto de ideología (y fantasía) oligárquica y tecnocrática en eso que los voceros y los órganos de difusión del régimen presentan como la verdad. Pero si así hubieran ocurrido las cosas, sería inevitable concluir que lo que mató a Mouriño, a Santiago y a los otros, fue el afán del grupo gobernante de desregular, privatizar y subcontratar todo –llevándose tajadas y comisiones bajo el agua–, hasta las compras de aeronaves para el gobierno federal y el reclutamiento de los respectivos pilotos. Es una gran paradoja que quien fue secretario de Gobernación haya sido, mientras le duró la vida, uno de los grandes beneficiarios de tal empeño.

“Los gobernantes somos tan rateros y tan ineptos que la propiedad pública estará mejor en manos privadas”, fue el subtexto de la engañifa con la que se inició, en el sexenio de Salinas, el saqueo de los bienes nacionales. Además, había que “eficientar” el gasto público y observar una estricta disciplina fiscal, y el outsourcing era una de las formas para conseguirlo. Lo curioso, si se le concede el beneficio de la duda a los asertos del calderonato en torno a la caída del Learjet, es que a sus administradores les parezca inconcebible crear plazas de pilotos en el servicio público –así sea por su propia seguridad– y les parezca natural, en cambio, que Agustín Carstens se asigne, del dinero público, tres mil pesos diarios para comer, una cantidad con la que podrían pagarse 60 salarios mínimos, los cuales según la Constitución, “deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia”, y se entiende que eso incluye los alimentos. O sea que tal vez el piloto más inepto no fuera el que tripulaba el Learjet, sino Felipe Calderón.

Miriam Makeba, Michael Crichton y castillos de arena para armar


Fue mujer en un país de machos, fue negra en un planeta racista, fue transformadora en un continente recostado sobre las inercias infames del colonialismo, fue artista en un mundo de ciegos y sordos del espíritu. Y qué artista. “Descubrí que esta atractiva mujer, aparentemente apacible y madura, era una criatura política; una militante inflexible a favor de la libertad de su gente”, escribió Stokely Carmichael, uno de sus maridos, y quien fue dirigente de la organización antirracista Panteras Negras, en la introducción a una biografía de Miriam Makeba, publicada en 2004.

Contaba esta columna, hace poco más de dos años: exiliada desde 1963 de su natal Sudáfrica por haber testificado ante las Naciones Unidas contra el apartheid, Miriam vivió en Londres, donde se casó con Harry Belafonte y donde lanzó sus primeros éxitos mundiales. Ya montada en una popularidad súbita, partió a Estados Unidos. Allí conoció a Carmichael, se casó con él y fue, por ello, víctima de esa censura moderna que no prohíbe nada, pero que condena la incorrección política, revoca contratos y saca de los anaqueles los libros y los discos, y fue expulsada del salón de la fama. La nueva pareja se mudó entonces a Guinea, país del que fue delegada ante la ONU. Después anduvo un tiempo en Bruselas y en 1987, Paul Simon, con el lanzamiento de Graceland, la regresó a la escena mundial. En 1990 Nelson Mandela la persuadió de regresar a Sudáfrica, y desde entonces vive allí.

Ya no: el lunes pasado, en la madrugada, Miriam murió en Castel Volturno, en los alrededores de Nápoles, Italia. Tenía 76 años cumplidos y había dejado su piel negra en la larga lucha por el nacimiento de África. “Cantaré hasta el último día de mi vida”, solía decir, y lo cumplió. En septiembre pasado, en esa localidad italiana, los pistoleros de la Camorra, la mafia local, habían asesinado a balazos a seis inmigrantes negros que vendían artesanías. La comunidad africana se movilizó para exigir al ministro del Interior de Silvio Berlusconi que hiciera algo contra los homicidas. En esa misma región, la Camorra lleva un par de años amenazando de muerte al joven escritor y periodista Roberto Saviano, a quien, por la solidez y contundencia de sus denuncias públicas, personalidades de la talla de Umberto Eco han llamado “héroe nacional”, y quien ha debido abandonar su país natal para preservar su vida. Mazi, como la llamaban sus seres queridos, no dudó en viajar al sitio para participar en un concierto en solidaridad con las víctimas de la mafia. Los organizadores y técnicos del concierto fueron, a su vez, amenazados, pero el acto se llevó a cabo bajo custodia policial. ‘Mamá África’ había experimentado cierto malestar antes de empezar el concierto, pero decidió seguir adelante con lo planeado. Tras cantar su canción más conocida, Pata, Pata, se derrumbó en el escenario, víctima de un ataque cardiaco. Fue llevada por su nieto, Nelson Lumumba Lee, y por otras personas, al hospital de Pineta Grande. Logró recuperarse un poco, lo suficiente para exigir y tomarse, ante el horror de los médicos, un trago largo de coñac, pero un segundo paro cardiaco acabó con ella.

Perseguida en diversas tierras, declarada indeseable en Estados Unidos y despojada de su nacionalidad por el extinto régimen racista sudafricano, tuvo una vejez serena, pero nunca desvinculada de las luchas contra la injusticia, la marginación y la opresión. Más allá de su militancia en las causas sociales, Makeba deja una vasto legado musical que comenzó con su incorporación, hace 60 años, al grupo Manhattan Brothers y continuó con su propia banda, The Skylarks, en la que empezó a fundir jazz con las melodías tradicionales sudafricanas. No estaría bien recordar con tristeza a esta negrota milagrosa, invencible y entrañable. El mejor homenaje para ella es escuchar su voz terrestre y lograr, así, que siga cantando.

* * *

Unos días antes, el 4 de noviembre, perdimos a Michael Crichton, médico, cineasta y escritor estadunidense nacido en Chicago, en 1942, y a quien como novelista se le podrán hacer muchas críticas, pero no la de falta de rigor científico. El primero de sus libros que me cayó en las manos fue The terminal man (1972), en el que se propone un implante cerebral para controlar las crisis de epilepsia sicomotora, un cuadro de origen somático que no se manifiesta en convulsiones, sino en “enturbiamiento de la conciencia” y “alteración orgánica de la personalidad”, y que puede llevar a impulsos de agresión que concluyan en homicidio. La novela era fascinante porque permitía asomarse a los misterios del funcionamiento cerebral y a las posibles aplicaciones de la electrónica en terapia siquiátrica.

Nos guste o no, Crichton, como novelista y, sobre todo, como guionista, nos familiarizó con innumerables conceptos científicos, como la clonación (en Parque Jurásico) o las condiciones imperantes en los fondos marinos (Esfera), con nociones como la del acoso sexual (en la célebre cinta de 1994 protagonizada por Michael Douglas y Demi Moore) y con panoramas tecnológicos como el de la industria aeronáutica (Airframe, 1996).

* * *

El locazo de Rolando de la Rosa convocó a un montón de gente a participar en un proyecto que sólo pudo surgir de un espíritu bueno: “ante la apremiante situación económica de la República Árabe Saharaui Democrática, los niños y las niñas saharauis han decidido ayudar a los adultos exportando tres cosas que tienen como sus grandes tesoros, los han heredado de sus ancestros y los quieren compartir con todo el mundo, estos tres tesoros son: la imaginación, la poesía y la arena del Sahara. ¿Cómo lo quieren hacer? Ellos llenarán botellas con la sagrada arena del Sahara, colocarán un instructivo para armar un castillo de arena en particular con un poema y un dibujo. La etiqueta dirá: ‘Castillo de arena del Sahara para armar’”. Además, Rolando parte hoy al desierto para armar allá “el Caballo de Troya Saharaui”, que llevará una imagen de Benito Juárez y su lema más conocido. Suerte, Rolando, y va mi colaboración, que se titula

A un niño saharaui:

Sueña con tu país, con tu desierto
en donde alumbra el sol a gente buena;
sueña con tu familia, que ya estrena
capital, avenida y aeropuerto.

No dejes de soñar. Sueña despierto
que, ya pasada la agresión ajena,
un castillo construyes en la arena
y un país soberano en el desierto.

Patria tendrás. Tu patria independiente
se alzará bajo el sol, bajo su brillo,
con un cimiento sólido y profundo.

Mucha arena tendrás: la suficiente;
que si hoy tu mundo cabe en un castillo,
en tu patria mañana cabrá el mundo.

Carestía


Uno de los precios que más se han incrementado en México en años recientes, junto con el de la gasolina, el huevo y la tortilla, es el del gobierno. Con o sin inflación, independientemente de la calidad de los servicios prestados y al margen de las circunstancias económicas internas y externas, los poderes públicos negocian entre ellos las cantidades de dinero que se asignarán a sí mismos y las incrementan año tras año, de manera implacable y hasta grosera. Detrás de las montañas de discursos y promesas, por debajo de los tecnicismos que buscan encubrir el abuso, la clase política no suda ni se acongoja por penurias económicas. Entre los rituales del calendario político, uno muy deprimente –a evaluar por resultados– es el del manoseo argumental de la educación, la salud, la vivienda y el bienestar de la población, que se presentan como batallas definitivas (aunque su vigencia sea de 12 meses) contra los grandes problemas del país: las negociaciones por el Presupuesto de Egresos, en las que participan diputados de lo más patriótico, funcionarios de Hacienda que hacen alarde de sensibilidad social, gobernadores, directores generales y presidentes de cosas autónomas, así como una nube de variopintos gestores y coyotes, como se conoce desde tiempos ancestrales, en nuestro lenguaje, a los que ahora llaman lobbysts.

La doctrina neoliberal, aplicada en México por la cadena de gobernantes Salinas-Zedillo-Fox-Calderón, dice que el Estado debe reducirse al mínimo. Esa especie de anarquismo de derecha, acuñado por Friedrich Hayek, ha pregonado que la presencia del sector público en la economía inhibe el florecimiento del orden espontáneo del mercado, la ley y la moral. La regulación de las actividades privadas y la redistribución de la riqueza (lo repetía hasta hace unos días el derrotado McCain, de pie sobre las ruinas del neoliberalismo) son pecados de lesa libertad. Más mercado y menos gobierno es la fórmula de la felicidad de las naciones.

Algo no cuadra en esa ortodoxia si uno se abre paso por entre el blindaje tecnocrático de los presupuestos anuales de egresos de la Federación (no otra cosa es la redacción de tales documentos, y más si se consultan las versiones desagregadas que difunde la Secretaría de Hacienda) y corrobora el incremento sostenido de los recursos nacionales que devoran los aparatos burocráticos: de 2002 a 2008, por ejemplo, el gasto programable de los “ramos autónomos” (poderes Legislativo y Judicial, IFE y CNDH) subió de 26 mil 500 millones de pesos (mdp) a casi 47 mil 800 mdp, aumento de 80 por ciento. En el mismo periodo la operación del gobierno federal (gasto programable de “ramos administrativos”: Presidencia, secretarías de Gobernación, Relaciones Exteriores, Hacienda, Defensa, Agricultura, Comunicaciones, Economía, Educación, Salud, Marina, Trabajo, Reforma Agraria, Medio Ambiente, Procuraduría, Energía, Desarrollo Social, Turismo y Función Pública, tribunales Agrario, Fiscal y Administrativo, Seguridad Pública y Conacyt) ha pasado de 333 mil 564 mdp a 656 mil 514 mdp (97 por ciento de incremento). Puntos de referencia: en esos mismos seis años el salario mínimo subió de 42.15 pesos diarios a 52.59 (aumento de 24 por ciento), y el precio de la gasolina (Magna) pasó de 5.71 pesos por litro a 7.01, lo que representa un alza de 22 por ciento.

Tal vez el gasto se justificaría si hoy tuviéramos un país más justo, más seguro, más educado, más saludable y más soberano, con instituciones robustas y prestigiosas. Pero del foxismo al calderonato México ha padecido un incremento exasperante de la desigualdad social, de la injusticia, de la pobreza, de la inseguridad y del descrédito institucional. El IFE y la CNDH han caído en un abismo de desprestigio; las dependencias de procuración de justicia y de seguridad pública dan pánico; la Profeco colabora en la defraudación de los consumidores; la Segob es (¿fue?) promotora de contratos para empresas familiares; en el presupuesto educativo hay espacio para estacionar 59 Hummers; la Suprema Corte exonera a violadores de derechos humanos; el Congreso realiza maniobras de distracción para tapar los afanes privatizadores de la industria petrolera, y la Presidencia, aniquilada por el dolor, pretende ordenar al país que reverencie la memoria de un prócer inverosímil y hechizo.

En conjunto, en 2008 el funcionamiento o la disfunción de esas estructuras han costado al país 700 mil millones de pesos, dineritos meramente operativos que se quedan muy por debajo de los 2 billones 569 mil 450 millones 200 mil pesos presupuestados para el gasto público del año, y en los que van, además de los gastos de administración, los pagos del Fondo Bancario de Protección al Ahorro y deuda, las participaciones a las entidades federativas y algo más. Para 2009 se prevé incrementar esa suma hasta 3 billones 45 mil millones de pesos.

¿Para qué?

10.11.08

No aprenden



Las sectas de la Cristiandad llevan milenios agarradas del moco, y no aprenden. Este domingo tuvo lugar, en Jerusalén, un episodio muy cagado.

6.11.08

Cadáver con guaruras



Pobre Mouriño: hasta en su velorio le tocó estar detrás de cercos policiales, autos blindados, arcos detectores de metales. En los pocos meses que estuvo en el Palacio de Cobián, la zona se pobló de barricadas verdes, calles clausuradas, vallas metálicas, policías inexpugnables, todo con tal de ahorrarle al Secretario una lejana mentada de madre. Ahora, hasta la tumba ha de acompañarlo el temor al repudio del pueblo. La suya no fue vida, y este ajetreo VIP tampoco es la paz de la muerte.
Moraleja: así, más valdría no gobernar.


5.11.08

¿Quién y por qué?



¿El azar? ¿El narco? ¿El clima? ¿El propio gobierno? ¿Algún otro de los poderes fácticos?

4.11.08

Dedos cruzados



Según una vieja creencia esotérica, en la intersección de dos líneas queda atrapada la suerte y decidido el futuro, y de allí vendría el ínfimo ritual de cruzar los dedos índice y medio para fortalecer la posibilidad de que se realice un deseo. Poca cosa, aparte de esa, nos queda por hacer en la elección presidencial de hoy a quienes no tenemos la ciudadanía estadunidense. Con los dedos cruzados, la gran mayoría de los habitantes de este planeta espera que hoy llegue a su término institucional el periodo negro en el que han estado sumidos desde hace casi ocho años debido a que un hombre sin atributos ocupó el máximo cargo público en la todavía mayor potencia del mundo. La decencia, el sentido común y las encuestas indican que la sociedad estadunidense no va a dar paso a un cuatrienio de bushismo sin Bush, encabezado por un héroe de guerra hechizo, vacío y rehén de las tribus libertarias, neoconservadoras y fundamentalistas cristianas. Pero nadie se atreve a descartar del todo la repetición, así sea improbable, de los milagros malignos que ocurrieron en las urnas de Florida y Ohio en 2000 y en 2004, y por eso cruzamos los dedos para que Obama triunfe, y por mucho margen, en los comicios de hoy.

Ya llegará el momento de repetir este conjuro de bolsillo para pedirle a quien corresponda que Barack recuerde, de cuando en cuando, su origen híbrido y periférico, el divorcio de sus padres, su conocimiento de la otredad, sus reventones del bachillerato, su trabajo comunitario, su paso por el periodismo, sus empeños legislativos para controlar los excesos de las corporaciones y la prodigalidad con que los jueces obsequian condenas a muerte.

Uno no va a olvidar que el aspirante demócrata es, a fin de cuentas, un hombre del sistema y del aparato, y que debe buena parte de su empuje mediático al capital privado. Éste se mostró indiferente cuando Bush perpetró crímenes de lesa humanidad y atropelló los derechos y las libertades civiles, pero no perdona que la presidencia republicana le haya ocasionado pérdidas bursátiles.

Ya llegará el momento de discernir en qué medida Obama está comprometido con sus patrocinadores y hasta qué punto es fiel a sus votantes. Ya habrá tiempo para ver si logra hacer algo en lo que se refiere a la recuperación del poder público de los intereses corporativos y si quiere o puede, y en qué medida, reconvertirlo en una representación de la gente.

Por ahora, por hoy, no queda sino desear que gane la Presidencia y que McCain y su grupo no consigan torcer el resultado mediante fraudes como los perpetrados por Bush en 2000 y en 2004. Que se malogre el propósito de la propaganda negra, empeñada en presentar a Obama como un peligro para Estados Unidos. Que no funcionen las trampas para disuadir de acudir a las urnas a los electores pobres y descontentos. Que la aberración antidemocrática del Colegio Electoral no pueda ser instrumentada para escamotear la victoria de los muchos millones de gringos que están hasta la madre de un presidente criminal, corrupto e ignorante, un hombre sin atributos o más bien con uno solo: el de estar muy próximo a dejar el cargo.



2.11.08

Eso ya lo sabíamos




Elba Esther y Felipe se han cruzado
en episodio lúbrico y funesto.
Él terminó infectado y descompuesto,
ella del coito atroz se ha embarazado.

Tuvo lugar el lance infortunado
—sindicato y gobierno en un incesto—
sobre un colchón robado al presupuesto
y un escalofriante resultado:

Cincuenta y nueve Hummers ha parido
la seudo dirigente vitalicia,
todas con piel y equipo de sonido.

Y al salir de la sala de obstetricia
regala las bebitas que ha tenido
a quienes le festejan la impudicia.