25.6.08

La caza de los cíngaros

Gitanos en Italia. Fotos de Nigel Dickinson

  • “Siempre nos toca perder a los mismos”

En Nápoles, a mediados del mes pasado, varios campamentos gitanos fueron incendiados por payos furiosos, azuzados por la Camorra, que pretendían cobrar, así, una ofensa inexistente: la tentativa de secuestro de un bebé por una joven cíngara. Esa misma noche, la policía tomó por asalto el mayor asentamiento de calés en Roma y detuvo a casi cuatro centenares de ellos. Unos días más tarde, el 19 de mayo, Il Giornale, propiedad del mafioso que gobierna Italia, destacó en su primera plana una nota sesgada: “Cómo venden a los niños los gitanos”. Hasta la fecha, el sistema judicial italiano no tiene registrada una sola investigación contra individuos romanís por secuestro de menores. El 2 de junio, por medio de una publicación en la Gaceta Oficial del Estado, Silvio Berlusconi concedió poderes especiales a los prefectos de Roma, Milán y Nápoles para que resolvieran la “emergencia gitana” y los habilitó para “censar, realojar o expulsar” a los romanís, fuera por “vía administrativa o judicial”. Cada uno de los prefectos recibió tres millones de euros para acometer esas tareas. “Los campamentos son un foco de delincuencia y marginalidad y están asociados al tráfico de drogas, a los robos y a los asaltos”, justificó el ministro del Interior, Roberto Maroni. Días después, la coalición mayoritaria extendió la persecución a las prostitutas, a las que definió como “sujetos peligrosos para la seguridad y la moralidad”, y estableció que las trabajadoras sexuales —94 por ciento de ellas son extranjeras— podrán ser expulsadas a sus países de origen o deportadas a sus lugares de residencia anterior.

La oleada de racismo contra los gitanos es anterior al actual gobierno. En enero de este año el entonces ministro de Solidaridad Social, Paolo Ferrero, admitió la existencia del fenómeno, y su colega del Interior, Giuliano Amato, reconoció que los italianos tenían “muchos prejuicios” hacia ese grupo y propuso un plan gubernamental para atender a los romanís. “No se puede pedir a nadie que suprima su identidad en aras de la integración”, dijo Ferrero. Lo secundó Marcella Lucidi, entonces viceministra del Interior, quien propuso reconocer a los romanís como minoría lingüística. En esa fecha, en la Primera Conferencia Europea sobre la Población Gitana, el experto Marco Impagliazzo, de la Universidad de Extranjeros de Perugia, puntualizó que la más numerosa minoría europea (entre siete y nueve millones de individuos) empezó a tener presencia en el Viejo Continente desde el siglo XIV y que, desde entonces, ha padecido innumerables persecuciones. La más atroz de ellas fue la que emprendieron los nazis alemanes, quienes, como hacían con los judíos, metían al horno a los gitanos por el simple hecho de serlo. ¿Viene ahora es el turno de Berlusconi, quien azuza las fobias más impresentables de la sociedad italiana?

Ante la alarmante criminalización de que son víctimas, los cíngaros de Italia realizaron una gran marcha de protesta en Roma el pasado 8 de junio. “Existe un silencio culpable y delictivo que corre el peligro de convertirse en un genocidio cultural que nosotros los gitanos ya hemos conocido en el pasado Porrajmos (exterminio nazi)”, dijo Alexian Santino Spinelli, presidente de la asociación Thèm Romanó. Aunque el gobierno afirma que sólo el 37 por ciento de los 160 mil calés que hay en el país poseen la nacionalidad italiana, y que 50 por ciento son niños y adolescentes nacidos en suelo italiano, Spinelli asegura que el porcentaje real de la población gitana debiera ser considerada italiana por nacimiento. Hakia Husovic, nacido en Bosnia y residente en Italia desde 1969, dice: “Mis parientes fueron enterrados vivos en Gorazde en 1940 y 1941. En Auschwitz nos gasearon y ahora tenemos miedo otra vez. Mis hijos son italianos, no hablan más que italiano, pero no tienen oportunidad de trabajar.” El campamento de Casilino, donde vive Husovic, es el más antiguo de Roma y en él viven 650 personas. Fue fundado por inmigrantes pobres sicilianos y calabreses a mediados del siglo pasado y heredado a los yugoslavos que iban llegando. Muchos habitantes del campamento “llevan más de media vida en el país, pero aún no tienen permiso de residencia; otros son italianos, pero todavía no han sido reconocidos por el Estado”, cuenta un reportaje de El País. Ahí mismo se cita la reflexión de Paolo Ciani, de la organización Comunidad de San Egidio: “En el país de la Mafia, la Camorra y la N’drangheta, el primer enemigo de la seguridad no es el crimen organizado, sino la gente que intenta escapar de la pobreza”.


Tras una visita a las comunidades gitanas de Italia, la eurodiputada Victoria Mohacsi narró: “Hay campos que la policía visita cada tres o cuatro días. Llegan de noche, despiertan a todos y ponen patas arriba las chabolas. A veces, los policías se presentan de uniforme, pistola en cinto y sin mediar palabra pegan porque sí al primer residente del campo con el que se cruzan. De vez en cuando se llevan a alguno, lo encierran durante 48 horas sin acusación alguna, le pegan y lo devuelven al campo sin más explicaciones”. En Via di Salone, varios kilómetros al este de Roma, la legisladora observó que se trata de “un recinto cercado, vigilado con 10 cámaras que apuntan a las chozas y controlado las 24 horas por al menos tres guardias municipales”. Asimismo, reportó la desaparición de 12 menores romanís tras las incursiones policiales. Su colega en el Europarlamento, Martin Schulz, dijo que “no se trata de un problema específico italiano, si bien en Italia se ha manifestado de modo grave”. En España, por ejemplo, el gobierno no tiene voluntad política ni para conocer la dimensión del racismo y la xenofobia que cunde en el país, el cual tiene “una importante comunidad gitana, que tradicionalmente ha sido marginada”, señala un informe reciente de Amnistía Internacional.

En un manifiesto titulado “Siempre nos toca perder a los mismos”, el presidente de la Unión Romaní de España, Juan de Dios Ramírez Heredia, destacó que pidió al Parlamento Europeo que iniciara una investigación de los ataques sufridos por los gitanos de Nápoles y demandó “el apoyo de todos los demócratas europeos en la defensa de los derechos humanos de quienes, siendo inocentes, se ven agredidos, vilipendiados y estigmatizados”.

A pesar del escándalo internacional, el gobierno italiano anunció ayer el inicio del fichaje de todos los cíngaros del país, incluidos los menores, mediante la toma de huellas dactilares, en lo que constituye una violación flagrante de la legalidad. El ministro del Interior negó que el régimen de Berlusconi pretenda crear una “lista étnica” y aseguró que los registros dactilares se usarán para “reconstruir las relaciones familiares, a veces poco claras entre los gitanos” y para evitar “la explotación de los menores para mendigar”.


Varias veces se ha emprendido en Europa la destrucción de pueblos. Entre otras, la intentaron los Reyes Católicos contra los gitanos de España y la ensayó Hitler algunos siglos después, contra eslavos, judíos y romanís. Hace apenas una década tenía lugar, a la vista de todo el mundo, la masacre de bosnios musulmanes y ahora en el Kosovo independiente se busca suprimir a los ciudadanos de origen serbio. Con esa historia de salvajismo, los europeos tendrían que alarmarse y hacer algo ante la persecución de los gitanos en Italia y los agüeros de reclusión, de deportación masiva y acaso de cosas peores. Los italianos payos tienen el deber de amarrarle las pezuñas al delincuente que los gobierna. No vaya a ser que vuelva a hacerse realidad la profecía nefasta que cantaba Juan Peña, El Lebrijano:

Gitana, gitana, gitana,
gitana con tu gitanería,
gitana, gitana, gitana, gitana,
se lo dijiste a la Virgen María.

Una gitana se acerca
al pie de la Virgen pura,
hincó su rodilla en tierra
y le dijo la buenaventura:

Tú vas a ser madre de un hijo
al que van a perseguir.
Acuérdate de nosotros
cuando de pena te sientas morir.

Tú vas a ser madre de un hijo
al que van a encerrar en prisión.
Acuérdate de los gitanitos
cuando empiece la persecución.

Tú vas a ser madre de un hijo
al que van a azotar en su carne.
Acuérdate de los gitanitos
cuando a latigazos le arranquen la sangre.


22.6.08

¿Y tú, Felipe,
vas al super o a la Cómer?


O
cupado en Mouriño y su movida
y por andar de Rambo y de payaso,
se enteró Calderón con gran retraso
que en el mundo escasea la comida
y en México el salario ya no alcanza
para echarse unos tacos a la panza.

Con ceja regañona y muy erguida
y el dedito flamígero y mamerto,
anunció que el país quedaba abierto
a las importaciones de comida
y así creyó dar solución palmaria
a la grave cuestión alimentaria.

Perdonó los impuestos, el cretino,
al especulador y al comerciante,
a la transnacional sacó adelante,
terminó de joder al campesino
y luego se autonombra, muy ufano,
benefactor del campo mexicano.

Al parecer, ignora que el desplome
de nuestra producción agropecuaria
provoca dependencia alimentaria:
país que no produce lo que come
se arriesga, en un vaivén de la fortuna,
a sufrir de miserias y de hambruna.

Mientras suben en forma desmedida
tortilla, carne, huevos y verduras,
El Pelele, flanqueado por guaruras,
pone a Carstens la mesa bien servida:
ese jamás se sentirá indigesto
ni aunque se trague todo el presupuesto.

Mas si una ciudadana le rezonga,
porque tiene vacía la despensa,
Calderón se imagina que es por mensa,
o bien porque es tacaña, o por fodonga
o porque simplemente no ha pensado
en ir a comprar cosas al mercado.

Felipe: qué ridículo el que haces
y qué muestras nos das de decadencia,
porque tu vapuleada presidencia
la convertiste en baile de disfraces:
ayer te travestías de soldado
y hoy te vistes de Julio Regalado.


19.6.08

Algo sobre los odiosos


  • Culícidos, los mayores enemigos de la humanidad
Por las noches, en lugar de los angelitos con los que se supone que uno debería soñar, Dios me manda zancudos. Supongo que será una pequeña venganza de Su parte ante mi negativa reiterada a creer en Él. Le comenté esa sospecha a un amigo creyente y me sugirió que diera gracias al Altísimo por enviarme zancudos y no demonios. "Si Dios es capaz de mandar entidades diabólicas a las habitaciones de los mortales incrédulos, la teología está en graves problemas", pensé para mis adentros, y opté por desviar el rumbo de la plática. Suficientes horas de sueño y quién sabe cuántos mililitros de sangre me han robado esos culícidos(no es insulto, sino clasificación científica) como para que ahora pierda además, por culpa de ellos o De Quien los Envía, una bonita amistad.

No vean en ello mala entraña para con el género femenino, pero entre los mosquitos sólo las hembras se alimentan de sangre, en tanto que los machos son más bien vegetarianos y observan una dieta de néctar, savia y jugos de fruta.

La diferencia no es perversidad, sino que las futuras mamás mosquitas necesitan de proteínas para transferírselas a los huevecillos, los cuales pueden ser depositados en superficies de agua sumamente pequeñas (les basta con un centímetro cuadrado) y completar su ciclo vital (de huevo a larva, de larva a pupa y luego, a animal adulto) en sólo diez días, dependiendo de la temperatura ambiente. En los climas fríos y en las sequías, los huevos pueden permanecer inactivos a la espera de tiempos mejores.

En estado de larva

A pesar de su tamaño diminuto, estos bichos recurren a la tecnología de punta: para ubicar en primera instancia a sus víctimas detectan las emisiones de bióxido de carbono exhalado por éstas, y a distancias menores son capaces de identificar, gracias a las emanaciones infrarrojas, si el cuerpo que tienen enfrente es de sangre caliente o fría. Cuando introducen su probóscide en la piel inyectan, entre otras sustancias, anticoagulantes, vasodilatadores y supresores de inmunidad, para que ninguna reacción del despojado les interrumpa la cena. Pero lo más grave no es eso, sino que en el curso de su banquete a costillas nuestras pueden, además, mancharnos el organismo con diversas armas biológicas muy desagradables: malaria (paludismo), dengue, fiebre amarilla, virus del Nilo, encefalitis equina, fiebre de O’nyong’nyong.

Los agravios entre antropoides y culícidos son de seguro mucho más antiguos que la especie humana. Quién sabe cuántos billones de bajas puede atribuirles un bando al otro, pero en la actualidad se tiene a los mosquitos como el más mortal vector de enfermedades y aunque resulta difícil imaginar algo más dañino para la humanidad que George Walker Bush, el hecho es que estos dípteros eliminan, año con año, a millones de homo sapiens. Los culícidos tienen más tendencia a la subdivisión que los cristianos y los grupos de izquierda; por ejemplo, el Anopheles quadriannulatus es considerado zoofílico, en tanto que el Anopheles gambiae sensu stricto es antropofílico siempre que se puede; dígase en descargo de estos dráculas diminutos que sólo una pequeña minoría de las más de dos mil 700 especies conocidas de culícidos, como Anopheles, Aedes (odioso, en griego), Culex y Stegomya, portan armas biológicas, y que el resto se limita a colmarnos la paciencia durante la noche y a llenarnos de picaduras molestas pero casi inocuas.

El más célebre de los humanos caídos en esta guerra ancestral es sin duda Alejandro de Macedonia. Aunque algunos sostienen que murió por culpa de una borrachera, o bien que fue envenenado por el infame Casandro y el copero Yolas con agua podrida de Babilonia y con la complicidad intelectual, según esto, del pesado de Aristóteles, el homicida más probable fue un Stegomyia aegypti con inclinación al magnicidio (literalmente), o bien un Anopheles gambiae con curiosidad por ver qué se sentía al asesinar al conquistador más famoso de la historia.
Francisco Gabilondo Soler, que no era mosquito sino grillo cantor, tenía meridianamente claro que esto es una guerra. Y cantaba Cri-cri:

Los mosquitos trompeteros
son llamados a formar,
¡tarará, tarará!,
cada quien a su lugar.
Y con sus lanzas bajo el ala
comenzaron a volar,
¡tarará, tarará!,
es la hora de picar.
El verano los llamó
y acudieron con valor
rezumbando en las noches de calor.
Van buscando dónde dar;
no se cansan de atacar
los mosquitos que nos quieren picotear.
Suenan las trompetas
que dirige un moscardón.
Saludan al verano
redoblando su tambor.
Un mosquito con trombón,
capitan del batallón,
va volando mientras clava su aguijón.

De los culícidos, Sergio Avilés anota con agudeza que “su agudo canto no será bonito, pero es sin duda el más aplaudido”, y luego aporta algunas indicaciones para contrarrestar los ataques nocturnos de la fuerza aérea culícida: “El aplauso es efectivo solo en el 12% de los casos. Esto se debe a que cuando el mosquito siente la ola de aire que comienza a subir de intensidad provocada por las manos que se acercan, usa sus alas como deslizadores en la playa y navega unos centímetros delante de la corriente para salir ileso.” Pero “lo que resulta más o menos efectivo para detener el ataque es, cuando se escucha el zumbido, doblarse rápidamente sobre la cama asiendo la sábana entre las manos extendidas y hacerle una cama china, planchándola lo mejor posible.”

Lo peor de todo es que cuando uno logra intoxicar o despanzurrar a un mosquito (operaciones con las que de todos modos no se logra recuperar la sangre robada) y se pone a observar el cadáver frágil y anoréxico, resulta inevitable sentir una lástima enorme por esas criaturas que cómo chingan, y que ni caminar saben.

Pero no hay que caer en sentimentalismos. Esto es una guerra, y Quevedo lo sabía:

Ministril de las ronchas y picadas,
mosquito postillón, mosca barbero,
hecho me tienes el testuz harnero
y deshecha la cara a manotadas.

Trompetilla que toca a bofetadas,
que vienes con rejón contra mi cuero,
Cupido pulga, chinche trompetero,
que vuelas comezones amoladas,

¿por qué me avisas si picarme quieres?
Que pues que das dolor a los que cantas
de casta y condición de potras eres.

Tú vuelas, y tú picas, y tú espantas,
y aprendes del cuidado y las mujeres
a malquistar el sueño con las mantas.

Gracias a quienes escribieron y dejaron mensajes, preocupados por el atorón en que estuvo este su blog por más de un mes. La razón de la inmovilidad era cotidiana y boba: necesitaba dormir con una mínima regularidad durante un tiempo, y para lograrlo debía, además de combatir a los zancudos, dejar algunas de mis tareas cotidianas. Abrazos.

Participación ciudadana


La participación ciudadana es “una forma de controlar y moderar el poder inevitablemente otorgado a los representantes políticos”, dice Mauricio Merino (La participación Ciudadana en la democracia, IFE, México, 2001); Jorge Balbis, por su parte, la define como “toda forma de acción colectiva que tiene por interlocutor al Estado y que intenta —con éxito o no— influir sobre las decisiones de la agenda pública” (Participación e incidencia política de las OSC en América Latina, ALOP, 2005). “Ampliar la presencia de la sociedad en la determinación de las políticas públicas es un compromiso del gobierno federal”, se asegura en el plan nacional de desarrollo del calderonato.

No hay tal. En las filas de la alianza gobernante hay perceptible pánico por la respuesta popular que está logrando la convocatoria a la consulta ciudadana que se organiza para conocer la opinión de la sociedad sobre el intento gubernamental de darle lo principal de la industria petrolera a la iniciativa privada, una tentativa que afecta al conjunto de los mexicanos y que provocaría, en caso de que prosperara, pérdidas gravísimas en su nivel de vida, de por sí castigado, y en la soberanía e independencia del país. Pero según Los Pinos ese tema, como muchos otros, está cerrado a la participación ciudadana. En este punto el grupo en el poder no tiene fisuras —el “no” a la consulta, transita desde Calderón hasta Peña Nieto, pasando por el Arzobispado y por el Centro de Estudios Económicos del Sector privado—, y al México bonito le tiene sin cuidado lo que los de abajo puedan o quieran decir al respecto. Consúltese el regaño de un subsecretario de desgobernación a Marcelo Ebrard: el calderonato ya llevó a cabo “las consultas y foros ciudadanos” para elaborar su plan nacional de desarrollo y quien no habló ahí, ahora que calle para siempre.

En cambio, se ha decidido abrir un espacio de participación a los ciudadanos en la delación de delincuentes. Así se le ocurrió ayer al propio Felipe Calderón: “Hago un llamado a todos los capitalinos, y a todos los mexicanos, en general, para que proveamos de información a la Policía Federal [...] Que podamos proveer de esa información a la policía y que ésta la organice en inteligencia; a que denunciemos y castiguemos hoy, para evitar mañana, que se atente contra nosotros; porque la denuncia y la información que se proporciona ahora, son delitos que se pueden evitar el día de mañana [...] La denuncia y la información ciudadana son armas poderosas y no debemos darle ninguna ventaja a los delincuentes y ninguna cobertura social”.

Volveos soplones y sereis felices. Bravo por eso, pero hay tres problemillas para acatar la consigna: el primero es que los criminales suelen tener armas un poquito más poderosas que “la denuncia y la información ciudadana”; el segundo es que la Policía Federal Preventiva, a la que Calderón pretende borrarle el segundo apellido, según se ve, parece estar infiltrada por estamentos de la delincuencia organizada, como puede inferirse de las recientes ejecuciones de algunos de sus mandos; por eso, si uno atiende la petición calderonista, puede sucederle —nunca se sabe— que del otro lado del mostrador o de la línea telefónica se encuentre justamente con el sujeto al que se pretende denunciar. Tal vez eso pudiera facilitar el trámite (porque vuelve innecesaria la desrcipción del sospechoso), pero hay una tercera objeción: la ciudadanía se ha cansado de señalar ante las autoridades federales a quienes habrían podido cometer delitos varios —Ulises Ruiz, Mario Marín, los Bribiesca, Romero Deschamps, Mouriño, y sigue una larga lista— y de recibir, a cambio, la noticia de la absolución del señalado. Por esas razones es de dudar que la convocatoria a la delación despierte mucho entusiasmo de participación entre la ciudadanía.

12.6.08

Bagdad, Tamaulipas


  • Una ciudad borrada para siempre
El almirante francés Bosse no conocía bien la nación invadida ni tenía idea de la catadura moral de su Presidente. Pensó que éste podría intentar una huída del país, y para prevenirla ordenó el bombardeo y la toma de Bagdad, único punto por el que Benito Juárez habría podido salir al extranjero y que era, además, clave en la línea de abastecimiento para la acosada República, pues por ahí se recibían armas y suministros de Estados Unidos. La operación fue realizada por el general conservador Tomás Mejía, en agosto de 1864.

Durante la guerra civil (1861-1865) en el país vecino, con los puertos de la Confederación bloqueados por la Armada, los sudistas habían recurrido a Puerto Bagdad para sacar a mar abierto sus exportaciones de algodón cosechadas con mano de obra esclava y para recibir armas y medicinas: desde las plantaciones de Arkansas y Alabama, las cargas cruzaban los desiertos de Texas a lomos de camello, llegaban a Brownsville, eran despachadas a bordo de un ferry a la vecina Matamoros y luego, Bravo abajo, hacia Bagdad, en donde enmprendían un largo camino, vía La Habana, hasta Europa. Ello era posible gracias a la declaración de zona de libre comercio para la región de Matamoros --adoptada en 1858 por el gobierno estatal y ratificada tres años después por el juarista--, y por el estatuto de neutralidad establecido por nuestro país ante el conflicto interno estadunidense.

En la ribera norte del Bravo, los confederados fueron desalojados de Brownsville en 1865. En la otra orilla, la República nunca se resignó a la pérdida de Bagdad. Desde que esa ciudad y Matamoros cayeron en manos de los traidores mexicanos y de sus jefes extranjeros, el voluble Miguel Negrete estuvo hostigando ambas plazas. Luego Mariano Escobedo se hizo cargo de las fuerzas juaristas en la región y rondó las dos ciudades, a la espera de una oportunidad para el ataque. El almirante Cloué, el coronel De Ornano y el general Jeanningros, todos bajo el mando de François Achille Bazaine, debían cubrir un frente fluvial de 32 kilómetros, desde Matamoros hasta Bagdad, con apoyo de barcos de guerra. Se sucedían las fintas entre los bandos y el cañonero Antonia iba y venía río Bravo arriba y Río Bravo abajo, conforme las tropas republicanas amagaban en uno u otro punto. Los oficiales franceses estaban vueltos locos tratando, por así decirlo, de cubrirse al mismo tiempo los pies y la cabeza con una cobija demasiado corta, y en algún momento del duelo alejaron de Bagdad a tres de sus embarcaciones. Mariano Escobedo aprovechó la circunstancia yel 4 de enero de 1866 lanzó sobre el puerto una maniobra sorpresiva, al mando de un ejército reforzado por 150 efectivos negros de la armada estadunidense. Desde Monterrey, el gobierno usurpador envió una columna de dos mil hombres, la mitad de los cuales enfermaron en el camino. Los que prosiguieron fueron atacados por fuerzas de la resistencia mexicana, y sólo 150 lograron llegar a Matamoros. Desolados, los invasores embarcaron a los 400 hombres que les quedaban en Bagdad y los evacuaron con rumbo a Veracruz.

Casa en la desembocadura del Río Bravo

He buscado, sin éxito, las fechas precisas de nacimiento y muerte del puerto tamaulipeco que fue, de alguna manera, pivote en las guerras simultáneas que tuvieron lugar en ambos lados del Bravo. Parece ser que en un mapa del siglo XVII aparece consignada, en la desembocadura sur del río hoy fronterizo, una localidad con el nombre de Real del Río del Norte. Lo que hallé indica que la localidad fue establecida a inicios del XIX, como complemento de mar para la condición fluvial de Matamoros. Hay el dato de que Manuel González, oriundo de la región, y quien andando el tiempo habría de convertirse en presidente pelele, combatió en 1851 “a unos filibusteros que rondaban las aguas de Puerto Bagdad” y que, al parecer, pretendían crear una “República del Río Grande” en Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, aunque la prestigiosa historiadora Josefina Zoraida Vázquez niega que haya habido tal propósito.

En vísperas de la guerra civil estadunidense y de la intervención francesa en México, y tras los robos territoriales sufridos por nuestro país, Bagdad disfrutó del auge comercial de los estados fronterizos. “Se convirtió en el puerto de intercambio con el exterior para el Norte de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Durango, Chihuahua y Nuevo México, gracias a un activo comercio fluvial, con barcos que remontaban el río hasta Camargo y algunas veces llegaban a Laredo por donde ingresaban café, ixtle, especias, vainilla, aguardiente, telas, con un valor de 40 millones de pesos. A Bagdad llegaban barcos de gran calado que traían diversas mercancías que se distribuían entre los comercios locales, tales como vinos de Europa, pianos, máquinas de coser, telas, calesas, metales preciosos, velas, planchas de hierro, maderas preciosas. Tenía alrededor de 15 mil habitantes que edificaron sus casas de distintos estilos sobre terreno arenoso y utilizando fundamentalmente la madera.”

Sobre la fecha precisa de la desaparición de la ciudad, las fuentes no se ponen de acuerdo. Óscar Rivera, entrevistado en un video del Museo Casamata, dice que Bagdad ostentó la categoría de puerto “durante 44 años, de 1823 a 1867, cuando un ciclón lo borro del mapa”. Wikipedia afirma que “en 1889, la región es azotada por un fuerte ciclón de gran magnitud, provocando destrucción así como un subsecuente éxodo masivo. El puerto quedó cegado por bancos de arena apilados por el ciclón”. En una tabla de fenómenos meteorológicos aportada por la desastróloga Gabriela Vera se consigna la destrucción de Bagdad por huracanes en 1867, 1874 y 1880, pero la localidad vuelve a ser mencionada en un suceso de 1895 (datos de Escobar Ohmsted).

En la historia de las ciudades fronterizas Border Cuates (Kearney, Knopp y Gawenda, Eakin Press, Austin, 1995) se afirma que, además de los ciclones de 1880 y 1889, en 1891 incidió en la ruina de la ciudad “una revuelta anti Díaz por parte de matamorenses y mexicano-estadunidenses de Brownsville, encabezada por Catarino Garza, residente de ambas localidades”. Wikipedia en inglés dice que “el huracán de 1889 cerró para siempre Puerto Bagdad a los buques mercantes. Por el peligro de los bancos de arena, sólo pequeños botes se aventuraron, en lo sucesivo, allí”. En un sitio de la Universidad de Texas en Brownsville se afirma que el puerto persistió hasta 1910. El volumen Revolución Mexicana, 1910-1920 (SRE, México, 1985) de Berta Ulloa sugiere que la localidad era considerada una plaza militar en una fecha tan tardía como 1913.

La agonía de la ciudad debió ser terrible: cuatro décadas de declinación, desastre tras desastre, cancelación paulatina e implacable de las posibilidades de subsistencia de sus pobladores, explosiones demográficas cíclicas en el cementerio local tras el paso de los vientos furiosos, éxodo indetenible, pérdida de todo lo imaginable. Qué mal se portó la vida con los habitantes de Bagdad, Tamaulipas.

Hoy en día, la larga playa que baja desde el Bravo hasta 40 kilómetros al sur se sigue llamando Bagdad (aunque durante un tiempo se intentó bautizarla como General Lauro Villar) y en su extremo norte hay parajes desolados de dunas de arena, manglares, esteros y cuerpos lagunares de agua dulce, uno de los cuales se llama Mar Negro. Otros nombres que aparecen en los mapas actuales del área son La Bartolina y Barra El Conchillal. A principios de los años noventa del siglo pasado Jaime López lanzó un disco llamado Ilusiones Puerto Bagdad y años después Elsa Cross puso el nombre de la ciudad portuaria desaparecida a una antología poética suya. Por mi parte, es todo.

10.6.08

El policía Drácula


En un intento de respiración boca a boca, la consejera diplomática de Estados Unidos en México Leslie Bassett propuso incrustar la llamada Iniciativa Mérida en la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad para América del Norte (ASPAN), el instrumento trilateral que unció a Canadá y a México –gracias, Fox— a la insensatez guerrerista de George Walker Bush. Es una argucia meritoria, pero por lo pronto el Plan México se encuentra en estado de animación suspendida: Bush hace maletas, la clase política del país vecino se sumergirá en breve en la contienda de quienes aspiran a sucederlo, y en nuestro país la agenda política está más dominada por la resistencia al intento privatizador de la industria petrolera que a la faramalla sangrienta armada por Felipe Calderón “para combatir a la delincuencia”. El escapismo gubernamental recorre una ruta que hasta podría ser divertida si no hubiera tanto muerto: tras la advertencia epistemológica lanzada por el procurador Eduardo Medina Mora (vamos ganando la guerra aunque las apariencias digan lo contrario) se optó por empeñar la fuerza del Estado en batallas televisivas, que son más fáciles de ganar que las del mundo real. Otra idea: reciclen la desventurada Iniciativa Mérida y vuélvanla una alianza entre las televisoras nacionales y las estadunidenses para producir y difundir guerras imaginarias en las que todo salga de acuerdo con las estipulaciones de un guión escrito por los expertos de ambos gobiernos.

Pase lo que pase –tal vez en marzo o abril del año entrante haya una nueva circunstancia propicia para proponer cruzadas bilaterales contra la criminalidad—, hay diversos motivos para respirar con tranquilidad por el naufragio del Plan México: por lo pronto, la soberanía nacional no sufrirá un enésimo revés, no habrá hordas adicionales de agentes gringos pululando por el territorio mexicano y no se engrosará la lista de causas y circunstancias por las que se producen violaciones a los derechos humanos en nuestro país.

Con estos gobiernos no hay manera de que un acuerdo bilateral como el que se pretendía imponer no se traduzca en nuevos atropellos a las libertades básicas y a las garantías individuales: en esas materias, el de Estados Unidos es el principal transgresor en el mundo, y el de México va tercero en el continente, sólo después de los de Washington y Bogotá. Dicho de otra manera: sería ingenuo suponer que un pacto de cooperación policial y militar entre Arabia Saudita y Sudán pudiera ser aplicado con estricto apego a los derechos humanos.

Por un rebote desafortunado, las llamadas de atención al respecto formuladas por organizaciones humanitarias, empezando por Amnistía Internacional, se codificaron en una lista de condiciones que el congreso estadunidense pretendía establecer para que Bush garantizara (“certificara”, se decía antes) el respeto a los derechos básicos por parte de Calderón; que tomara cartas para asegurar que en México no se tortura; que viera que no se cometen detenciones arbitrarias en la aplicación los planes conjuntos antidrogas. La idea tenía un no sé qué de simbólico y hasta de onírico: el gobierno que ha secuestrado a decenas de miles de individuos en diversas partes del mundo, el que legalizó la tortura a condición de que se le llamara de otro modo, el asesino de cientos de miles de iraquíes, el arquitecto y operario de Abu Ghraib y Guantánamo, iba a ser el contralor de la legalidad para México.

Hay que pugnar por la vigencia de los derechos humanos y se debe presionar a los gobiernos para que los respeten. Todos los días y en todas las latitudes hay circunstancias para poner en práctica las convicciones y los principios. Pero ya no vuelvan a postular a Drácula para guardián del banco de sangre.


5.6.08

Luces de la Ciudad Luz


  • Lebon, los diodos y la coronación napoleónica

En el cementerio parisino de Père Lachaise languidece, a oscuras, el horrible monumento funerario a la memoria de Philippe Lebon (1767-1804), inventor de la lámpara de gas, una tecnología que en el siglo antepasado despejó las tinieblas nocturnas de las zonas elegantes de numerosas ciudades y que hoy ha quedado relegada al uso de espeleólogos, si bien en algunos sitios empieza a ser rescatada como expresión de nostalgia histórica. A unas calles de distancia, no pocos inmigrantes africanos se ganan la vida vendiendo linternas de diodos de fabricación china: puñaladas menores y adicionales a las que acabaron en forma prematura con la vida del ingeniero el 2 de diciembre de 1804, un día que fue histórico, aunque por otras razones. Pero vamos por partes.

Los datos biográficos de Lebon son difíciles de creer: nació en 1767 en Brachay, Haute-Marne, un 29 de mayo; se dice que estudió ingeniería en Angoulême y que fue profesor de mecánica en la Escuela de Puentes y Calzadas de París, que obtuvo una patente para una “termolámpara” y que su hallazgo fue inspirado por la observación de fenómenos de incandescencia natural en los yacimientos petrolíferos del Mar Caspio, en los albores de la industria de los hidrocarburos: los habitantes de la región almacenaban ya los vapores de petróleo y los usaban para calentar hornos e incluso los vendían, atrapados en barriles, a los persas. A los 18 años, Lebon investigaba con gases obtenidos de la destilación de madera y de carbón, y combinaba sus tareas escolares con la investigación para la producción industrial de tales gases y para la instalación de tuberías que los transportaran a diversos puntos de la ciudad. Su materia prima era muy deficiente, porque contenía, además del hidrógeno necesario para la combustión, metano y monóxido de carbono, y por ello debió generar una luz mortecina.

Las demostraciones del invento no generaron mucho entusiasmo entre los franceses, tal vez por la pestilencia de la mezcla gaseosa empleada, pero sí en representantes de potencias como Rusia e Inglaterra. Hay que pensar que en el segundo de esos países lo que había de iluminación pública en la época operaba con aceite de pescado, de combustión mucho más hedionda que los gases de Lebon. Éste sólo logró poner a punto pequeños sistemas domésticos de alumbrado y calefacción, y obtuvo, con ello, un renombre que a fin de cuentas le resultó fatal: fue contratado para alumbrar la ceremonia de coronación imperial que se inventó Napoleón Bonaparte para subirse la autoestima.

No hallé el dato de la hora precisa en que se llevó a cabo el acto, pero el celebérrimo cuadrote (más de seis por nueve metros) de Jacques-Louis David indica que se realizó bajo la luz diurna, que entraba en diagonal (¿fue por la tarde?) desde la fachada principal de la catedral de Nuestra Señora, o bien por la mañana, si es que el corso miraba al sureste cuando se enjaretó la corona en la cabeza, mientras el tontín de Pío VII lo observaba en calidad de mero testigo. Aunque la primera posibilidad cuadra más con la egomanía de Bonaparte, la segunda posibilidad es más verosímil si, como cuenta Fabienne Manière, “desde las seis de la mañana, los más altos mandos del ejército y de la guardia nacional, seguidos por dignatarios, magistrados, senadores... empiezan a reunirse en la plaza Dauphine para ocupar sus lugares [...] El Papa, a su vez, se presenta en Catedral, aclamado por la muchedumbre. Luego llega el turno a Napoleón y Josefina, quienes parten en carroza de su palacio de las Tullerías [...] La iglesia se llena. La ceremonia es un poco tosca y completamente desprovista de espiritualidad y de recogimiento. Se eterniza durante tres largas horas en el frío de diciembre.”

El sol de invierno es incierto en París, y tiene mucho sentido el afán de reforzar sus rayos por medios artificiales como los que ofrecía el buen Lebon, sobre todo si se toma en cuenta el afán napoleónico de brillar, brillar, brillar. Pero el señor Bonaparte se quedó con las ganas de más luz, porque el inventor nunca llegó a Nôtre-Dame. Poco después de la ceremonia su cuerpo, con 13 puñaladas, fue hallado en la Avenida de los Campos Elíseos. Hasta la fecha nadie ha podido explicar quién o quiénes lo mataron, ni la causa del asesinato.

El alumbrado con gas no empezó a instalarse en París sino hasta un cuarto de siglo después de la trágica muerte de su inventor, y lo puso el inglés F. A. Windsor, el cual no trabajaba con gases obtenidos de la madera, sino con vapores surgidos en la destilación de la hulla, y quien tenía un sentido comercial mucho más marcado que su infortunado antecesor: Windsor ofreció su producto a los industriales, quienes fueron los primeros en adoptarlo, y para mediados del XIX los puntos estratégicos (o lujosos) de París disponían ya de alumbrado público con gas; así llegó a su fin la vieja organización de burgueses lampadarios que vendían luz producida con lámparas de aceite:

¿Veis la lámpara donde, adentro de un cristal,
un círculo de fuego anima aire vital?
Brillante, mas tranquila, ardiente sin traspié,
Argand la moderniza, la bautiza Quinquet.

Si las luces del Siglo de las Luces provenían, básicamente, de una lámpara de Aladino perfeccionada, las de la segunda mitad del XIX fueron, allí donde las hubo, mecheros de gas. Éstos fueron empleados en el alumbrado público en diversas ciudades de -Pero el invento de Lebon valió madre en menos de 50 años, si bien las redes de distribución de gas doméstico ideadas por él se siguen utilizando, ahora rebosantes de gas natural con el que las transnacionales realizan pingües negocios a costillas de los recursos de las naciones pobres y de los consumidores, en esas y en las otras. Tres años antes de que al siniestro Thomas Alva Edison se le prendiera el foco con sus filamentos incandescentes en vacío, el ruso Pavel Yablochkov inventó unas “velas eléctricas” basadas en el arco voltaico que producen dos electrodos sometidos a una diferencia de potencial. Este método fue probado con éxito en París hacia 1880. La iluminación urbana basada en arcos voltaicos se expandió rápidamente por varios países, pero en cosa de unas décadas fue reemplazada por lámparas incandescentes, que si bien dan una luz menos intensa, se calientan menos y requieren de un mantenimiento más espaciado.

El alumbrado público del siglo XX vio la rápida sucesión de las lámparas incandescentes por las fluorescentes, de éstas por las de vapor de mercurio, por las de vapor de sodio a alta presión (SAP) y por las de haluro metálico.

Me puse a curiosear estas historias porque escuché en algún lado que la industria moderna de la iluminación se acerca a una transformación radical: los sistemas incandescentes, fluorescentes y termoluminescentes (bombillas de cuarzo, por ejemplo) que se usan hoy en día serán reemplazados en la mayor parte de las aplicaciones –lámparas domésticas y urbanas, faros de automotores e incluso, tal vez, focos de proyección— por la tecnología de diodos, o leds, basada en la electroluminescencia, como la que usan ya algunas linternas de mano y las luces traseras de ciertos automóviles. No me pidan que entienda, y menos que explique, la manera en que los semiconductores de banda prohibida directa trafican electrones de la zona p a la zona n. Baste con decir que son esos foquitos del control remoto o los puntitos rojos y verdes que permiten saber si la compu o la tele están encendidas o apagadas, que ya se inventaron los que emiten luz blanca, que funcionan con una pequeña fracción de la electricidad que usan otros sistemas de alumbrado, que son mucho más durables, y que pobre Philippe Lebon, que no llegó a este futuro, y ni siquiera a su cita de trabajo en Nôtre-Dame.


3.6.08

Jugar a la guerra


“Ustedes libran una batalla por toda la sociedad, y no se trata, como pretenden algunos, de alguna guerra en algún continente lejano, es una guerra que estamos librando en nuestro propio territorio, el enemigo está en nuestras propias calles”, dijo Felipe Calderón al dirigirse a los marinos mexicanos en su día (1 de junio). Lo recalcó: “Su frente fundamental en esta guerra está en el nivel local”, dijo, para regañar en forma oblicua a “los gobiernos municipales y estatales”, los cuales no deben declinar “en su obligación de garantizar la seguridad en sus comunidades”. Comparó a la delincuencia con los invasores gringos y franceses del siglo antepasado y remató con una arenga “como comandante”: “perseverar en el ataque hasta alcanzar la victoria”.

El que ejerce la presidencia como haiga sido debería ser más cuidadoso en el uso de la palabra guerra porque ésta, aunque él no lo sepa, tiene connotaciones legales asentadas, por ejemplo, en varios pasajes de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: el Artículo 16 señala que “en tiempo de guerra los militares podrán exigir alojamiento, bagajes, alimentos y otras prestaciones, en los términos que establezca la ley marcial correspondiente”; el 73 indica que corresponde al Congreso la facultad “para declarar la guerra, en vista de los datos que le presente el Ejecutivo” y éste, según el 89, puede ejercer también esa atribución “previa ley del Congreso de la Unión”; el 123, por su parte, estipula que las huelgas de los trabajadores gubernamentales podrán ser consideradas ilícitas en caso de guerra.

Pero como el calderonato no ha enviado al Legislativo ninguna propuesta de ley marcial ni ha invocado “los casos de invasión, perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto” estipulados en el Artículo 29 de la Carta Magna, debe inferirse que no estamos, formal ni legalmente, en guerra, y que los dichos del gobernante son metafóricos: juegos de palabras de esos que a Calderón no se le dan muy bien que digamos y juegos de atribuciones que le salen aun peor. Podrá excusarse el tropo “guerra contra el paludismo”, pero en el contexto en que se empleó el domingo, la metáfora es sangrienta: menuda gracia les causará a los marinos –y a los militares en general— que su jefe máximo ande jugando a la guerra a expensas de las vidas de los efectivos castrenses y policiales involucrados en una lucha contra las drogas que carece de claridad, objetivos, tácticas y estrategia.

En año y medio, la carnicería ha causado, en México, más muertos que el total de bajas fatales sufridas por los invasores estadunidenses en cinco años de ocupación de Irak. Pero si esto es guerra, se trata de una guerra civil, por cuanto la inmensa mayoría de los delincuentes considerados “el enemigo” no son, hasta donde se sabe, invasores extranjeros, sino ciudadanos mexicanos. Y por cierto: ¿dónde empieza y dónde acaba la caracterización de “enemigo”? ¿Serán parte de ella los campesinos que siembran mota para no morirse de hambre? ¿Ha de considerarse agentes enemigos a los antecesores del propio Calderón que –según él— permitieron, con su “tolerancia, indolencia” o “franca complicidad”, la “expansión de la criminalidad”? ¿Se refiere a Fox, a Zedillo, a Salinas? Y si es así, ¿por qué no los denuncia?

Otra: ¿Se le habrá ocurrido al orador que con su manoseo de los términos abre una rendija para que las organizaciones delictivas sean reconocidas como fuerzas beligerantes?

Se han escrito millones de páginas sobre la importancia de las actividades lúdicas en la vida de los niños e incluso en la de los adultos. Pero eso no da pie para ponerse un traje militar sobrado y usar la Presidencia para jugar a la guerra, ni para que un gobernante crea que es posible erradicar, así nomás, a balazos, los problemas –complicados, multifacéticos, internacionales, con ramificaciones políticas, institucionales, económicas y hasta culturales— del narcotráfico y de la delincuencia organizada.