29.3.07

Baseotto contra el aborto

Monumento de los Caballeros de Colón a los abortados



  • El infierno de Ratzinger
  • Vuelos de la muerte en el nombre de Dios

Antier, Día de la Anunciación, Joseph Ratzinger recordó que el Infierno sí existe y que no es agradable. Bien ha de saberlo él, que amaba a Hitler antes de hacer carrera en el amor a Dios, y que estuvo vinculado en sus años mozos al peor infierno terrenal del Siglo XX. Quienes no admiten la culpa y la promesa de no volver a pecar se arriesgan a una condena eterna. Roma no deja los rituales al azar y Benedicto XIV escogió, para reavivar la amenaza de la quemazón perenne, la fecha que representa “el sí de María que ha abierto los cielos y así Dios se convirtió en uno de nosotros”. O sea: di no al aborto, porque es pecado y te ganas a pulso la chamusquina. Es un buen refuerzo a eso que andan repitiendo Urbi et Orbi los ensotanados de que la interrupción voluntaria de un embarazo es causa de excomunión automática. Y con la excomunión no se juega.

Que lo digan, si no, Miguel Hidalgo y José María Morelos, excomulgados por su iglesia y luego entregados al brazo secular para que los asesinara: “El proceso degradatorio de Hidalgo se llevó a cabo el 29 de julio de 1811 en una de las salas del Hospital Real de Chihuahua y consistió en rasparle la piel de la cabeza, que había sido consagrada, como cristiano y sacerdote, con el santo crisma. También le arrancaron la yema de los pulgares e índices de las manos que habían sido consagradas el día de la ordenación. Después lo entregaron al gobierno español para que lo fusilaran, sin ninguna de las prerrogativas y beneficios eclesiásticos, en que antes se amparaba cualquier reo.” Un tribunal eclesiástico declaró a Morelos “hereje formal, fautor de herejes, perseguidor y perturbador de jerarquías eclesiásticas, profanador de los santos sacramentos, lascivo, hipócrita, enemigo irreconciliable del cristianismo, traidor a Dios, al Rey y al Papa”, quien es infalible. Los obispos, también, ha de pensarse, habida cuenta de que hasta ahora nadie ha perdido perdón en nombre de Roma por aquellas atrocidades.



Madres temerosas en el hospital de Añatuya


Los jerarcas eclesiásticos
contemporáneos se han vuelto más flexibles: hay que mantener el aborto en el rango de los pecados --lo que es, a fin de cuentas, muy su atribución y muy su monopolio-- y también en el de los delitos penales, pero a cambio hay alternativas como la de Antonio Baseotto, ex obispo de Añatuya, quien organizó un próspero negocio de compra, venta, suplantación y robo de recién nacidos en la provincia argentina de Santiago del Estero. El grupo del religioso se encargaba de buscar mujeres embarazadas para que entregaran a sus neonatos a cambio de “una minúscula casita de ladrillos o sumas de hasta 50 pesos (menos de 17 dólares)”. Los intermediarios ganaban entre cinco mil pesos (1.67 dólares) y 20 mil euros, dependiendo de si la pareja receptora era argentina o europea, señaló la no gubernamental Fundación Adoptar. A decir de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, “a las embarazadas las llevaban a un lugar que tiene el obispado en Añatuya; cuando nacía el bebé traían a la pareja compradora, que en muchos casos venía de Alemania, y hacían acuerdos a través del obispado”.

O peor: El 29 de septiembre de 2005 Alejandra Ibarra, de 29 años, embarazada de siete meses y pobre de solemnidad, fue inducida a dar a luz por cesárea por una abogada que le prometió pagar los gastos de una clínica privada a cambio de nada. En el quirófano vio a su bebé por primera y última vez, porque el niño fue a parar a manos de una pareja que vive en un complejo residencial de lujo.



Alejandra, madre despojada

En mayo del año pasado el albañil Silvio Sosa denunció a Baseotto ante el juez penal de Añatuya porque sostiene que en 1983, en el hospital local, a su mujer parturienta le cambiaron un recién nacido vivo por un cadáver. “‘Tu hijo está bien y está lindo, negrito como vos’, me dice mi cuñada. Pero al rato voy a ver a mi mujer y la veo llorando. Que la monjita le ha dicho que ha muerto. Fue la misma monjita que después me lo ha entregado. Era así de chiquito. A mi mujer le habían hecho cinco puntos, pero el bebé era así de chiquito. Yo lo he envuelto en una sábana y lo he llevado a velar. Pero la monjita insistía con que ‘para qué lo va a llevar si es un angelito recién nacido. Entiérrelo acá en el hospital’.”

En esa localidad una mujer fue perseguida y encarcelada por denunciar que una de sus hijas había sido adoptada de manera ilegal por una hermana de Baseotto. Luego, el chofer del religioso fue demandando por supresión de identidad por su propia hija, toda vez que ésta fue registrada como biológica y era adoptada. O comprada. O robada.
Decía José Blanco en su artículo del martes pasado que la Iglesia Católica se opone a la despenalización del aborto porque la capacidad creciente de los humanos para manipular la vida celular, vegetal o animal y la ampliación de los derechos individuales se traduce en una reducción del poder para la institución religiosa. Tal vez muchos sacerdotes y monjas del bajo clero se crean, además, el embuste de que un embrión de seis semanas es un ser humano completo, con todo y deditos, corazón y sentimientos. Pero en el caso de Baseotto, su oposición al aborto parece deberse más bien al afán de preservar un muy buen negocio: ¿Qué podría vender el pobre si las mujeres pobres de Santiago del Estero decidieran interrumpir sus embarazos?

Baseotto fue recientemente destituido como capellán de las Fuerzas Armadas por sus vitriólicas declaraciones contra la educación sexual, el uso del condón, la planificación familiar y la despenalización del aborto: a quienes proponen tales cosas “deberían atarles una piedra de molino al cuello y arrojarlos al mar”, dijo el religioso, acaso sin darse cuenta de que sus palabras evocaban los vuelos de la muerte realizados por la dictadura militar argentina para deshacerse de los opositores, operativos que, según afirmó el ex torturador Adolfo Scilingo, contaban con la aprobación del capellán naval Luis Manceñido, quien todavía ejerce. El matarife Juan Barrionuevo, Jeringa, participó en esos vuelos, debe el apodo a su tarea de inyectar pentotal a las víctimas, y relató que al momento de empujarlas por la escotilla “me sentía Dios, porque estaba en mi mano la vida o la muerte de las personas. Podía sentir la vibración de los cuerpos por los temblores causados por el miedo”.

Hasta ahora ninguna autoridad eclesiástica ha anunciado la excomunión de Baseotto, de Scilingo, de Manceñido o de Barrionuevo. Pero el aborto es un asesinato (si vieran los deditos de la criatura, ya tan bien formados) y quienes lo practican se merecen el Infierno.


“Si le vieran los deditos...”

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