24.3.06

Inyección sin dolor para Michael Morales

  • Migajas del festín de los caníbales

La semana pasada Michael Morales, de 46 años, se salvó de recibir en la vena braquial un combinado de tiopentotal sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio. La primera de esas sustancias provoca taquicardia, sudoración, lagrimeo e hipertensión arterial y hace perder el conocimiento; la segunda produce excitación repetitiva (saltos en la camilla) y relajación muscular que a su vez paraliza el diafragma e impide la respiración; la tercera causa un paro cardiaco. Por lo pronto en el organismo de Morales no han ocurrido esos procesos porque sus abogados impugnaron ante los tribunales la ejecución de su cliente con el argumento de que la inyección letal causa dolor.

El juez de distrito Jeremy Fogel determinó que la apelación planteaba "preguntas sustanciales" acerca de si la pena de muerte aplicada por ese método "conlleva un riesgo innecesario de que (Morales) sufra dolor excesivo cuando sea ejecutado", y ordenó a las autoridades garantizar que el reo fuese adecuadamente anestesiado antes de recibir los venenos por vía intravenosa. Unos días más tarde el juzgador estableció que la sustancia que fuera a utilizarse para provocar la inconsciencia habría de ser administrada por un médico con licencia y no, como suele hacerse en estos casos, enviada de manera automática por una sonda controlada desde afuera de la cámara de ejecuciones. Además, un segundo anestesiólogo habría de estar en el sitio en calidad de suplente. Los dos profesionales inicialmente comisionados llegaron a la prisión de San Quintín sólo para negarse a tomar parte en el proceso. "Semejante intervención podría ser positiva (porque) nos permitiría verificar un protocolo humano de ejecución para el señor Morales, (pero) lo que se nos pide es éticamente inaceptable para nosotros", dijeron los anestesistas en un documento entregado a los medios de comunicación, y procedieron a retirarse. Aunque en principio las autoridades carcelarias amagaron con recurrir a una sobredosis fatal de barbitúricos para despachar a Morales al otro mundo, el castigo ha sido pospuesto en forma indefinida. Fogel programó para el 2 de mayo una audiencia para analizar el caso y, de aquí a entonces, el torrente sanguíneo de Morales seguirá libre de venenos.

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Corría el año de 1981 y al joven Ricky Ortega se lo estaba llevando el carajo: su novio, bisexual, le había dado calabazas y había empezado a involucrarse afectivamente con Terri Winchell, una muchacha blanca de 17 años. Podrido por los celos, Ortega ideó la violación y el asesinato de la chica, actos que llevó a cabo con ayuda de su primo Michael Morales, un descendiente de hispanos, como su nombre lo indica, pero estadunidense de cuarta generación, de 21 años de edad, y quien por entonces andaba metido en las drogas; mejor dicho, las drogas andaban metidas en él. Tras el crimen, los jóvenes asesinos fueron rápidamente identificados y localizados por las autoridades. En el juicio correspondiente Ortega fue sentenciado a cadena perpetua inconmutable, en tanto que Morales fue condenado a muerte.

La diferencia en el destino de uno y de otro podría deberse, entre otras cosas, a que el delincuente principal gastó más de 80 mil dólares en su defensa, en tanto que su ayudante sólo tuvo 2 mil para los abogados. Otras causas posibles: en California, un latino que asesina a un blanco tiene 20 veces más posibilidades de ser castigado con la pena capital que si mata a otro latino; quienes son juzgados en distritos rurales predominantemente blancos, como es el caso de Ventura, donde se llevó a cabo el proceso de Morales, tienen el triple de posibilidades de ser condenados a muerte que quienes cometen delitos similares y son procesados en áreas urbanas y étnicamente diversas. Otra cosa que jugó en contra del sentenciado fue el testimonio de un informante clave, quien dijo a la policía que Morales le había confesado, en español, los planes para asesinar a la joven Terri. Las autoridades pasaron por alto la falsedad de ese dato, que habría resultado evidente si se hubieran tomado la molestia de averiguar que Michael, californiano de cuarta generación, no sabe expresarse más que en inglés.

Vueltas que da la vida: el ayatola Kenneth Starr, hostigador implacable de Bill Clinton en la investigación del escándalo Lewinsky, forma parte ahora del equipo de abogados que defiende a Morales.

Por lo pronto, la Asociación Médica de California está trabajando en un proyecto de ley que impida a sus integrantes participar en ejecuciones. "Eso es trabajo de verdugo, no de médico", dijo Michael Sexton, presidente del organismo. La propuesta contiene un listado de formas de participación extraído de las directrices de la Asociación Médica Estadunidense, contraria a que los facultativos se involucren en estas labores. Entre ellas se incluye prescribir, administrar o supervisar el uso de cualquier medicamento durante una ejecución, verificar las señales vitales del reo o determinar el momento de su muerte. Lawrence Sullivan, director de la Sociedad Californiana de Anestesistas, dijo por su parte que "los médicos prestamos un juramento para preservar la vida siempre que sea posible, y sería una gran contradicción participar" en la aplicación de una pena de muerte.

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Algunos se preguntan si el fallo del juez Jeremy Fogel no constituye una manera indirecta de detener las ejecuciones. Un chavo entrevistado por un semanario escolar californiano opinó que "el juez Fogel sabía perfectamente que ningún médico aplicaría la anestesia porque ello violaría el juramento hipocrático. El magistrado está tratando de acabar con la pena de muerte por la puerta de atrás". Fogel tendría, de ser el caso, razones para actuar de esa manera, habida cuenta que, según una encuesta realizada este mes por el Field Institute, 63 por ciento de los californianos aprueba esta forma de castigo. El que resulta a mi juicio el dato más monstruoso es que, de acuerdo con un sondeo efectuado en 2001, muchos galenos estadunidenses estarían dispuestos a participar en una o varias de las fases de una ejecución.

Migajas del festín antropófago: Martín Triana, desde Ciudad Juárez, se pregunta si el caníbal Armin Meiwes escribirá, o no, un recetario de cocina. Gabriel Regino señala que "para el general de las personas, el tema de la antropofagia, más que morbo, puede generar repulsión, pero para quienes compartimos el interés y el estudio de la criminología, este tipo de informaciones resultan básicas y de apoyo para análisis de conductas sicopáticas". Adolfo Lozano, desde Oklahoma City, confiesa que "no pude terminar de leer tu antropófago escrito". Gracias por tu poema, Adolfo. Fredocifu, usuario de Prodigy, recuerda el caso de los sobrevivientes del avionazo de los Andes, quienes se vieron obligados a comer prójimo para sobrevivir. Andrés Dovale Borjas, desde Cuba, afirma que "el tema es en sí repugnante y no aporta nada útil al conocimiento y experiencia humanas, por lo que le sugiero no continúe con el mismo". Disiento, pero ni modo: escribí que una sola objeción bastaría para interrumpir el banquete caníbal, y me atengo a lo escrito. Si alguien se quedó con hambre, puede acudir a uno de los siguientes restaurantes, o a todos ellos:

Todo sobre canibalismo
Hay varias maneras de comerse a una persona
Jeffrey Dahmer, el Canibal de Milwaukee
Andrei Chikatilo
El Sukiyaky de Sagawa
Albert Fish
Maniáticos: Canibales
Cannibalism

Gracias a Rogelio Jiménez-Pons por enviarme su Plan para la Reactivación Económica; me parece, Rogelio, que mejores destinatarios de ese documento serían quienes se disputan el voto ciudadano para la Presidencia de la República. Y gracias a Alejandrina Pliego, quien desde Italia propone que le echemos un ojo a Confesiones de un sicario de la economía, el más reciente best seller de John Perkins, "significativo, especialmente ahora".

Abrazos también para Pablo Valladares González y para María Eugenia Gómez, y hasta el domingo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A propósito de esto, un artículo de hoy en La Jornada, del vecino Ruvalcaba...

http://www.jornada.unam.mx/2006/05/25/a09o1gas.php


Saludos!