5.10.04

ETA: pesadilla menguante


La clase política española se ha felicitado por la enésima decapitación de ETA y ha insistido en que esa organización terrorista está “liquidada”, en “desmoronamiento” o “débil y casi derrotada”. El diagnóstico coincide con los números: en lo que va de este año los etarras apenas lograron casar heridas leves a tres personas y sus atentados han quedado reducidos a un catálogo de malas intenciones: petardos impotentes, camionetas explosivas capturadas por la policía antes del plazo mortífero, intentos inútiles de derribar torres de energía eléctrica y maletas con vocación reventadora que no consiguen descuartizar a nadie. Ese saldo esperanzador para el sentido común, y deprimente para cualquier terrorista orgulloso de serlo, contrasta, sí, con las 95 personas que en 1980 fueron enviadas al otro mundo en nombre de la independencia y la integridad territorial de Euskadi, la revolución y el socialismo y hasta con los tres asesinados por ETA el año pasado.

Las redadas del fin de semana en varias localidades francesas, en las que cayeron, entre dos decenas de supuestos etarras, Mikel Albizu y Soledad Iparragirre, presuntos cabecillas de la organización, dejaron además en manos de la policía una abundante cosecha de explosivos de alta potencia, decenas de miles de cartuchos, docenas de fusiles de asalto y armas de calibre mayúsculo: granadas antitanque, morteros y lanzagranadas. Las autoridades divulgaron el dato de que en la casa de Albizu se halló una impresora industrial empleada para editar Zutabe, boletín interno de la organización, y subrayaron con entusiasmo la conjetura de que era el propio gerifalte etarra el encargado de presionar los botones del aparato. “El hecho de que fuese el jefe del aparato político el encargado de reproducir los ejemplares de Zutabe es una muestra de los momentos de debilidad por los que atraviesa la banda terrorista”, dice un despacho de Europa Press. El relato oficial indica, pues, que la directiva de ETA tenía exceso de trabajo por falta de personal y se hallaba sentada sobre un arsenal vasto pero de dudosa utilidad, dada la escasez de operadores.

Este panorama verosímil omite consideraciones que casi nadie quiere oír, ni leer, en España y en muchas otras partes, México incluido: la capacidad de la organización terrorista de sobreponerse a sus certificados de defunción y a los muchos descabezamientos que ha sufrido desde hace 30 años, así como la desagradable posibilidad de que esa longevidad rasputinesca o draculiana sea indicativa de un fenómeno que no es meramente policial, ni de exclusiva delincuencia común, sino expresión, también, de problemas sociales y políticos.

Tal vez ahora sí los remanentes de ETA entren en razón y se concentren en su principal obligación histórica, que es desaparecer para siempre y dejar que los vascos, los españoles y los vasco-españoles resuelvan sus asuntos sin el sobresalto de las bombas y por medio de negociaciones políticas en las que no muera nadie, a no ser de tedio. Pero esperar a que los asesinos iluminados sean razonables parece casi tan irrazonable como los pronunciamientos etarras. Tiene más sentido buscar ejercicios de lucidez en los políticos de toda la península --así lo digo para quedar en un punto equidistante entre los independentismos, los autonomismos y los partidarios (apenas ocultos tras un bigote) de la España “una, grande y libre” del franquismo--, quienes a estas alturas tendrían que ponerse a hacer su tarea y dejar de culpar al Mal por existir, que es poco más o menos la manera en que han venido explicándose esa faceta horrorosa de Ave Fénix que ha presentado, hasta ahora, la organización terrorista.

Temo que la liquidación definitiva del grupo armado no tendrá lugar en los cuarteles policiales, o no sólo en ellos, sino que debe operarse, también y principalmente, en el ámbito político. No se trata, a estas alturas, de sugerir negociaciones de paz con una facción (o con sus restos) que manifiestamente no la desea, sino de sanear y dignificar los entornos sociales que constituyen la base de apoyo y el semillero de los etarras. Acúsenme de apología del terrorismo, si gustan, pero admitan que su país del primer mundo sigue produciendo jóvenes que no encuentran más lugar social que detrás del gatillo de una escuadra, en los encontronazos amargos de la kale borroka o en los infiernos de la clandestinidad armada; tengan el valor de admitir que en el País Vasco hay un ámbito político y social demasiado extenso para ser enviado a la cárcel, lo suficientemente vasto como para generar sindicatos, organismos no gubernamentales, periódicos y partidos --eso que el oficialismo español denomina “el entorno de ETA”--, que no encuentra cabida en la democracia y no necesariamente se encuadra, en automático, en el terrorismo. Hagan algo en ese terreno y acaben de una vez con esta pesadilla, por menguante que parezca. 

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