30.3.04

Por no actuar a tiempo


El 31 de marzo del año pasado, cuando caían las bombas día y noche sobre ciudades y campos iraquíes, un grupo de españoles dignos y humanitarios prefiguró el castigo electoral que habría de alcanzar, casi un año más tarde, al Partido Popular y a su jefe saliente. En representación de esos ciudadanos, la procuradora Ana Lobera Argüelles presentó ante la segunda sala del Tribunal Supremo, en Madrid, una demanda contra José María Aznar y otros posibles responsables “por la presunta comisión de delitos contra personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado”, en los términos del Código Penal de España.

La parte querellante acusa a Aznar de responsabilidad en los bombardeos masivos contra la población de Irak, en el uso de municiones que provocan un impacto ambiental duradero, en la destrucción de infraestructura civil, en la realización de ataques para aterrorizar a los civiles, en los varios quebrantamientos del derecho internacional que implicó la guerra contra el país árabe y, destacadamente, en la violación de los artículos 588, 590 y 595 del Código Penal (CP) de España. El primero dicta pena de prisión de 15 a 20 años “a los miembros del gobierno que, sin cumplir con lo dispuesto en la Constitución, declararan la guerra o firmaran la paz”; el precepto constitucional correspondiente (artículo 63.3) dice: “Al rey corresponde, previa autorización de las cortes generales, declarar la guerra y hacer la paz”. El artículo 590 del CP afirma: “El que con actos ilegales o que no estén debidamente autorizados provocare o diere motivo a una declaración de guerra contra España por parte de otra potencia, o expusiere a los españoles a experimentar vejaciones o represalias en sus personas o bienes, será castigado con la pena de prisión de ocho a 15 años si es autoridad o funcionario, y de cuatro a ocho si no lo es”. El artículo 595 dice, a la letra, que “el que sin autorización legalmente concedida levantare tropas en España para el servicio de una potencia extranjera, cualquiera que sea el objeto que se proponga o la nación a la que intente hostilizar, será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años”. La demanda argumenta a este respecto que “el presidente Aznar, sin contar con la autorización preceptiva de las Cortes generales, ha dispuesto el envío de un contingente militar a la zona del conflicto y lo ha puesto bajo el servicio de una potencia extranjera. La flotilla naval despachada a la zona del conflicto se ha puesto bajo el mando del comandante en jefe de las fuerzas de la coalición, el general Tommy Franks”.

Los demandantes son, de acuerdo con el documento legal, “españoles de diversa condición --intelectuales, escritores, profesionales, empleados, obreros, estudiantes-- que representan un amplio espectro de hombres y mujeres que trabajan en España. Actúan aquí como simples ciudadanos, conmovidos por la tragedia de la guerra y preocupados fundamentalmente por las tremendas consecuencias humanas que se derivan de la agresión militar que una coalición de países democráticos --entre los que se encuentra España-- ha lanzado sobre la república de Irak. En tanto que las derivaciones de esa guerra también pueden afectar su seguridad y patrimonio, se consideran ofendidos por los hechos que se denuncian” (subrayado mío). Entre sus conclusiones, la demanda señala, con mayor precisión, que el gobernante “ha expuesto a todos los habitantes de España al riesgo de las eventuales represalias del país atacado y de sus eventuales aliados”.

Hace un año Aznar, Mariano Rajoy, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Ana Palacio, Federico Trillo y demás exponentes del neofranquismo derrotado en las urnas habrían podido deponer un momento su arrogancia y molestarse en leer la demanda interpuesta contra ellos y reflexionar un poco. Pero no lo hicieron. Mantuvieron al país empantanado en una guerra criminal e injusta, y en menos de 12 meses los españoles sufrieron en carne propia las consecuencias.

Entre otras cosas, Lobera Argüelles pedía al supremo que “se requiera al querellado para que se abstenga de toda nueva intervención activa en el conflicto armado, disponiendo la prohibición del sobrevuelo de aviones de guerra sobre el territorio español, del uso de las bases estadunidenses en territorio español y ordenando el inmediato regreso de la flotilla de guerra enviada a participar en el conflicto”. La falta de voluntad del conjunto de la clase política madrileña y del sistema judicial español para dar curso expedito a aquella demanda incidió, a la postre, en la muerte de 200 españoles inocentes, además de la de soldados y espías enviados al país ocupado y de miles de iraquíes.

23.3.04

Viejos y niños


No hay nada más triste que alcanzar posiciones de liderazgo y poder político y avizorar, desde esas cimas, la propia intrascendencia. Creo que es ese el caso de Ariel Sharon y Ahmed Yassin, dos asesinos decrépitos que podrían intercambiar sus papeles sin que pasara nada: si ahora mismo el primero estuviera convertido en un rescoldo de carnes humeantes en una plancha de forense y el segundo diera brincos de felicidad por el crimen, las consecuencias para israelíes y palestinos serían, básicamente, las mismas que provocará el homicidio del jefe de Hamas en un operativo personalmente supervisado por el primer ministro de Israel: la profundización de la violencia entre ambos bandos y una nueva y degradante espiral de venganzas, que sólo marginalmente tocarán a los responsables del conflicto y se cobrarán, en cambio, la vida de millares de inocentes.

Así será. Cómo se echa de menos, en estas circunstancias, la serenidad que caracteriza a muchos adultos mayores. Pero que los viejos homicidas se destruyan entre ellos y anticipen un poco su desenlace natural no me parece tan obsceno como la masacre de niños que realizan ambos bandos. Justo antes de enterarme de la muerte atroz del jeque Yassin, reflexionaba sobre un boletín que la embajada de Israel me envió el 18 de marzo, en el que se ofrece un ejemplo de cómo “las organizaciones terroristas utilizan a los niños palestinos para realizar atentados”. Según la nota, los efectivos militares israelíes asignados al puesto de control de Huwwârah, al sur de Nablus, interceptaron, transcribo literalmente, “a un menor de edad palestino de aproximadamente 12 años que pasó por el lugar como un cargador. (...) Fue interceptado cuando estaba pasando unas mochilas que según los soldados se veían sospechosas. Dos activistas de la infraestructura del terror se aprovecharon de la imagen inocente del menor y lo enviaron sin su conocimiento con el objetivo de pasar el cargamento por el puesto de control. Un experto en bombas que llegó al lugar hizo detonar de forma controlada una de las mochilas dentro de la cual había cables sospechosos”.

Los niños palestinos, pensé, corren demasiados riesgos: cuando no son enviados al martirio por los terroristas, llegan los soldados israelíes y los asesinan. Ejemplos: el 20 de marzo, las tropas de ocupación abrieron fuego contra un campo de refugiados en Khan Younis, Gaza, y dieron muerte a una niña de siete años; ese mismo día, en Nablus, mataron a un muchacho de 17. Ayer dieron muerte a otro menor de 11 años en Gaza.

Tel Aviv suele responder a esos informes diciendo que: a) se trata de “bajas colaterales”, es decir, de errores de apreciación o puntería; b) que los terroristas se rodean de niños para evitar que los ocupantes los cacen; c) que los niños arrojan piedras y éstas “también matan”, y d) que los terroristas también asesinan niños israelíes. Las fuerzas armadas de Israel son las mejor entrenadas del mundo, pero en tres años (del 29 de septiembre de 2000 al 29 de septiembre de 2003) sus “equivocaciones” en los territorios palestinos provocaron la muerte de 433 menores. En cuanto al uso de escudos humanos, parece más razonable suponer que los líderes de Hamas y demás grupos terroristas viven, al igual que los gobernantes israelíes y cualquier otro criminal de guerra de cualquier bando, rodeados de personas inocentes. El tercero de los alegatos es risible: si las pedradas infantiles tuvieran un poder mortífero equivalente al de un AR-15 --fusil de asalto reglamentario de las fuerzas de ocupación-- la humanidad habría podido ahorrarse unos 4 mil años de arduo desarrollo tecnológico. Pero el cuarto argumento es contundente: los ataques terroristas contra civiles han dejado en el Estado judío un saldo exasperante de niños muertos. No tengo el dato exacto de cuántos menores hay entre los 956 israelíes asesinados por el terrorismo desde septiembre de 2002, pero basta, para darse una idea, con consultar la lista de las víctimas en http://www.israel-mfa.gov.il/mfa/go. asp?MFAH0ia50. Allí se enumeran los muertos con sus respectivas edades.

En abril de 2002 comenté aquí los asesinatos de Salwa Hassán, peligrosa terrorista de seis años que habitaba en Rafah, en la Gaza ocupada, y de Danielle Shefi, siniestra ocupante judía, también de seis años, en el asentamiento de Adora, Cisjordania, cerca de Hebrón. De entonces a la fecha sus pequeños cuerpos se han ido fusionando en una tierra cuya disputa sirve de argumento para los Sharon israelíes y los Yassin palestinos. Cada vez que un menor del bando palestino cae muerto, los gobernantes de Tel Aviv ponen cara de circunstancia para la prensa internacional pero sospecho que, en sus adentros, gozan intensamente. Cada vez que un pequeño israelí es destrozado por la bomba, los terroristas se regocijan sin reservas. Me pregunto qué tiene que pasar para que el placer de los asesinos se convierta en vergüenza.

16.3.04

Querido Bin Laden


No sé quién eres ni cómo te llamas. Me ha resultado fácil designarte con ese nombre, que representa la extrema demencia justiciera, pero en verdad no sé si Osama Bin Laden goza aún de mando y atribuciones para seguir despedazando personas de cualquier clase y patria, si sigue vivo, si alguna vez existió o si fue un invento de la CIA. Tengo la certeza de que, te llames como te llames, eres alguien o eres algunos; que estás feliz con tu reciente carnicería madrileña, que por tus neuronas corre la convicción de la labor cumplida y que te encuentras en paz con tu conciencia: has descargado parte de la rabia y la impotencia que no te dejaban respirar ni tragar saliva desde que los occidentales bombardearon tu aldea, tu edificio de departamentos, tu taller mecánico, tu patio, y dejaron el lugar lleno de carne humana quemada y reventada.

Hombre o mujer, afgano o palestina, iraquí o libanesa: a lo mejor el juego de tus hijos se cruzó con el trayecto de un misil, tal vez tu mujer perdió los pechos y la cara por efecto de una bomba de racimo, quién sabe si tu marido se quedó sin piernas y entró en silla de ruedas a la estadística del daño colateral; cómo saber si tu padre se coció en el napalm que excretan los helicópteros Apache y Cobra. Hasta es posible que no te haya pasado de cerca el dolor y la destrucción de las guerras de rapiña y que simplemente la devastación de tu pueblo te orille a buscar en el Corán parábolas forzadas para justificar una venganza igualmente cruel y cruenta.

A efectos de esta carta, da lo mismo. Te confieso con vergüenza que nunca he tenido el tiempo ni la paz de espíritu para aprender a descifrar la hermosa caligrafía arábiga; que los versículos coránicos me resultan mucho más aburridos que los picantes relatos bíblicos; que, de todos modos, no puedo percibir ni unos ni otros como textos sagrados, que no tomo partido en el baile de Moros y Cristianos y que la revivida disputa entre católicos y judíos por la muerte de Jesús me es un tema ajeno e irrelevante: más crucifica el hambre en nuestros días, más cornadas da el sida, más me duele el Gólgota de los discriminados, los saqueados y los mal gobernados. Además, cuando mi hija Clara, que va a cumplir seis años, tiene que efectuar ya esfuerzos casi musculares de credulidad para imaginarse el mundo dividido en alegrijes y rebujos, encuentro inconcebible que tú y tus congéneres, zopencos de 50 o más, insistan en hablarnos de una humanidad organizada en rebaños de fieles e infieles, demócratas y terroristas, buenos y malos, burgueses y proletarios, payos y gitanos, hebreos y gentiles.

No soy tu amigo ni tu adversario, y no tengo nada que ver con tu guerra santa. Pero tú decidiste lo contrario: me quieres, me necesitas en tu conflicto. Cuentas con rivales poderosos y piensas que puedes golpearlos por medio de mi humilde y anónima persona. Algún gobernante de un país cualquiera --Bush, por ejemplo, Tony Blair, por ejemplo, el ahorra derrotado Aznar, por ejemplo-- ha ido a tu región, a tu cultura, a tu Estado, a sembrar la muerte y la destrucción, a mutilar peatones, a robarse los recursos naturales, a prostituir a tus compatriotas, a obligarlos a cooperar con la ocupación extranjera de su patria. Ahora tú piensas que ha llegado el tiempo de cobrar venganza. No puedes tocar a los estadistas porque disfrutan de una protección que te sobrepasa y abruma. Decides, entonces, propinarles un escarmiento hiriendo y matando a sus gobernados, a sus conciudadanos, o incluso a la gente que se hallaba de paso por Nueva York o Madrid, de vacaciones en el Pacífico sur o de compras en Estambul. Aquí es donde mi voz deja de tener un nombre y un rostro definidos; en ella puedes depositar el DNA de cualquier fragmento humano recolectado en el sitio de un atentado terrorista: soy el que muere por subirse al tren, por ir a comprar tomates a la tienda, por salir de madrugada del lecho de un amor furtivo, por haber estado ahí en el día y a la hora de la bomba.

A ti no te importa el orden de los órganos, los conductos y los fluidos que cumplen su tarea dentro de la caja de mis costillas. Tu causa necesita que una sustancia reviente, que la explosión haga volar por todas partes hierros y fragmentos de lo que sea, y que uno o varios de esos objetos causen, en su tránsito hacia la nada, que mis vísceras se desparramen por el suelo, que yo deje bruscamente de pensar, mirar, oler y hasta sentir indiferencia por el Corán, que mi organismo se vuelva inservible y que haya que enterrarlo o cremarlo, que mis hijos se queden huérfanos y que esa insignificante tragedia, multiplicada por cientos o miles, ponga en apuros a un gobernante que es, a primera vista, tu enemigo, pero que, en el fondo moral y ético de esta historia, acaba siendo tu gemelo. La única diferencia perceptible radica en su hipocresía y en tu cinismo: él llora lágrimas de cocodrilo por las “bajas colaterales” y tú, como presumes ante el mundo, no te entristeces por la muerte de civiles. Más aún: esos cadáveres que dejaste regados en las vías de ferrocarril son, en tu cabeza enloquecida y sádica, “un golpe a uno de los pilares de los cruzados y sus aliados”.

No pretendas atribuirte el crédito por la ruina política de tu enemigo español. Se la provocó él mismo al pretender exculparte de la matanza para sus turbios propósitos propagandísticos. Quiso desviar la atención hacia un puñado local de tipos tan enfermos de odio como él y tú, pero mucho menos poderosos, porque pensaba que de esa forma ocultaría su parte de culpa. Pero no te equivoques: fue el pueblo español el que decidió sacarlo del poder, porque no quiere seguirse muriendo en el tablero del juego que los divierte a ustedes, los Aznar, los Bush, los Blair, los Bin Laden, los Saddam, los Sharon, los de Hamas, los de ETA. Ustedes no son ningún pueblo, ni cristiano ni musulmán ni judío, ni palestino ni vasco; ustedes no representan nada positivo. Son, simplemente, unos hijos de puta sedientos de sangre que se ponen felices con el sufrimiento ajeno.

9.3.04

Diosa de la basura


Pienso ahora en esa figura incierta y borrosa del panteón nahua que tiene nombres diversos y advocaciones contrastadas: Ixcuina, Tlazoltéotl, Tlacultéotl, Tlazolcuani o Tlaelcuani, la Comedora de Inmundicias y una de las deidades mesoamericanas más sospechosamente próximas a los usos del catolicismo porque redime de los pecados mediante la confesión. Tlazoltéotl simboliza las sustancias más bajas, pero también, o por eso mismo, la fertilidad, y se le considera una de las diosas madres, propiciadora y protectora, además, de la lujuria y las relaciones carnales ilícitas; es hilandera, adivina y comadrona, y a veces se engalana vistiendo la piel de los sacrificados.

Medio milenio después de la demolición de los ídolos de piedra y su remplazo por ídolos de palo, esa diosa de la basura está viva, recorre el planeta y propone sus formas peculiares de sanación social. Y es que no es un consuelo de tontos, sino una pésima noticia, pero las clases políticas del mundo en general están hundidas en la mierda y acompañadas en ella por una masa de medios informativos que no pierde oportunidad de compartir las abluciones.

Estados Unidos es gobernado por un tipo que llegó a la Casa Blanca mediante un fraude electoral, se sostiene en ella mediante la mentira y ha usado el poder --político, diplomático, militar-- para conseguirles contratos a las empresas de sus amigos. La Unión Europea está presidida por un mafioso italiano cuyos problemas con la justicia se remontan a 1979. Para qué ir a buscar ejemplos a Rusia, Nigeria o Arabia Saudita.

De este lado del mundo las cosas no son mejores. Breve recuento del Suchiate para abajo: el ex testaferro guatemalteco Alfonso Portillo anda huido, al parecer por estos rumbos, porque en su país hay varias averiguaciones judiciales en su contra por corrupción, lavado de dinero y malversación de fondos; en diciembre pasado la justicia nicaragüense condenó a 20 años de prisión y al pago de 17 millones de dólares al ex presidente Arnoldo Alemán por lavado, fraude, malversación, peculado, asociación e instigación para delinquir y delito electoral; en Perú, como si no bastara con los escándalos de la mancuerna Fujimori-Montesinos, el actual presidente, Alejandro Toledo, concedió a algunos parientes de su esposa los contratos para la remodelación del palacio presidencial; en Argentina hay dos ex presidentes --Carlos Menem y Fernando de la Rúa-- sujetos a proceso por dar usos indebidos al dinero de la nación; en Ecuador el mandatario Lucio Gutiérrez enfrenta acusaciones por actos de nepotismo y por haber recibido, para su campaña electoral, fondos del narcoempresario César Fernández de Cevallos; en Brasil se denuncia que algunos financieros vinculados con los juegos de azar --legales e ilegales-- financiaron algunas campañas electorales del PT, el partido del presidente Luis Inazio Lula da Silva.

Es de temer que las personas del poder público hayan desarrollado una afición, o incluso una dependencia, a las abluciones inmundas. Las cadenas de televisión y radio y los pasquines impresos acuden puntualmente a beber los líquidos de sus pocilgas. Según conveniencias y gustos, los tragan para ocultarlos o los vomitan para hacer más incluyente y generalizado el baño. Ante la ausencia de propuestas para moralizar a los políticos, o para rescatarlos de ese suculento infierno de sí mismos, es posible que alguna firma con buen sentido del marketing y de la oportunidad lance como producto de temporada el culto a Tlazoltéotl --o Ixcuina, o Tlacultéotl, o Tlazolcuani o Tlaelcuani--, dirigido al mercado de las personas del poder político y económico. A fin de cuentas, todo en estos días --la espiritualidad, la salud, la educación, la muerte, el nacimiento, el placer, el amor, la amistad, el poder, el servicio público, el oro y el excremento-- es susceptible de volverse objeto de negocio.

2.3.04

La foto


Observo una foto de prensa. Quienes tenemos niños en casa estamos entrenados para reconocer la silueta de BJ, personaje de los espectáculos del dinosaurio Barney. Al parecer, BJ es una recreación pediátrica del tricerátops. Al igual que sus modelos jurásicos, BJ tiene un convincente hocico en forma de pico de ave, un pequeño cuerno y una cresta en la parte posterior del cráneo, pero la piel de su cuerpo es de un amarillo yema de huevo completamente inverosímil, su vientre es verde y ostenta, a cada lado de la cara, tres pecas rojas colocadas en posición simétrica. De seguro BJ es una imagen registrada y protegida por derechos de propiedad intelectual, pero ello no ha sido obstáculo para que el propietario de un jardín de niños de Puerto Príncipe se haya animado a pintarla en la fachada de su establecimiento, al lado de un portón de hierro en cuyos batientes fueron dibujados Rico McPato y Mickey Mouse. Las tres representaciones dejan mucho que desear respecto a sus modelos. De hecho, esta BJ es a la figura original lo que la original a un tricerátops. Pero la mente humana es capaz de suplir en automático los defectos o las evoluciones de la representación, y eso es maravilloso. Por ejemplo, frente a la puerta de ese kínder haitiano, bajo los pies mal trazados de Rico McPato, aparece un hombre acostado boca arriba. El escorzo de la fotografía permite ver las plantas de sus pies, pero no el rostro, porque lo oculta la comba del tórax. La flacidez de los brazos yacentes y la mancha pardusca que se extiende por el asfalto desde su muslo derecho son datos suficientes para entender que el individuo está muerto y que la causa de su muerte fue una herida, de bala o de arma blanca. No hay forma de confundir un cadáver con alguien que medita, o con uno que se acuesta a ver las nubes, o con un borracho que duerme la siesta. En los muertos hay una pérdida característica y radical del pudor y de todo interés por el entorno. A ese humano sin nombre que yace sobre el asfalto cuarteado le importan un pepino BJ, Rico McPato, Mickey, los alumnos de la escuela, el destino de Jean Bertrand Aristide, el golpe de suerte de Boniface Alexandre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o las nubes que, pese a todo, continúan su lento desfile sobre las cabezas de los habitantes y de los muertos de Puerto Príncipe.

Desde el margen derecho de la gráfica emerge un hombre maduro y espigado que voltea a ver al fallecido sin dejar de caminar. Con los dedos de las manos sostiene un racimo de botellas de Coca-Cola, y entre el antebrazo izquierdo y las costillas lleva, apretada, una botella más. Casi puede sentirse el frío doloroso que el recipiente le provoca en la piel. Bajo el pantalón bombacho se adivina la tensión de sus piernas. ¿Quiere apartarse de allí antes de que una bala perdida lo ponga a hacerle compañía al cadáver de la banqueta? ¿Desea llegar a su televisor pronto para no perderse la ceremonia de entrega de los Oscar? ¿Tiene prisa por alcanzar su refrigerador antes de que el calor de Puerto Príncipe caliente las botellas? La composición de la gráfica no permite ver su gesto. Sólo el cadáver tendido y los personajes dibujados en la entrada de la escuela podrían apreciar el rostro del viandante y platicarnos las reacciones que observaran en él. Pero ni el muerto ni BJ ni Rico McPato ni Mickey tienen ganas de mirar, y menos de hablar. Los que observamos la fotografía debemos contentarnos con la mandíbula del señor de las Coca-Colas e intuir en ella cierta distensión de piedad y simpatía. No mucha: es seguro que el vivo y el muerto no eran parientes ni amigos ni conocidos. Se adivina que el hombre no va a arrodillarse y llorar ante el caído. Seguirá su camino, llegará a su casa, encenderá la tele (si tiene), depositará las botellas en el refri (si tiene) y les platicará a sus familiares su encuentro mortuorio, y en adelante se esforzará por seguir vivo.

La foto es de Walter Astrada, de AP, está fechada el domingo 29 de febrero y fue tomada cerca del mediodía, a juzgar por la ausencia de sombras. Si la escuela no estaba abandonada, las puertas debieron abrirse ayer, lunes, para recibir a los pequeños. ¿Quién pintó de forma tan chambona esos pretendidos símbolos de la felicidad de los niños en un portón oxidado de un país en guerra eterna contra sí mismo? ¿Alguien, en medio del caos, se tomó la molestia de retirar el cadáver antes de la entrada de los colegiales? ¿Fueron los parientes del muerto a llorarlo en el sitio y a levantar los despojos? ¿Alguna autoridad municipal o nacional asumió la tarea? ¿Conocieron los pequeños el olor de la muerte? ¿Tuvieron que brincar los brazos del caído para llegar a sus salones de clase? ¿Y quién era ese hombre? Pertenecía a los grupos rebeldes, a los simpatizantes de Aristide o era un simple habitante ajeno a la confrontación que tuvo la mala suerte de caminar en medio de un combate? ¿Y qué habría pensado si hubiera sabido que las plantas de sus pies aparecerían en periódicos, sitios de Internet y noticiarios del mundo? ¿Y de qué sirven los esfuerzos de la humanidad para inventar personajes de entretenimiento infantil y bebidas gaseosas y gobiernos insostenibles y rebeliones armadas y cámaras profesionales y agencias de prensa y países en los que un habitante se queda tirado de un balazo a las puertas de un kínder, posando para un fotógrafo que tal vez va a ganarse el Pulitzer con la composición, o para escribir este sartal de preguntas necias?