26.10.99

Duermen


Habría que hablar de esto en voz baja y con frases muy cortas. No vaya a ser que uno de esos niños despierte de su sueño envenenado. Que despierte y se entere del descuido y el desdén que le inspira al mundo. Que se vaya enterando de su propia tragedia. Que sepa que un episodio así no ocurre jamás en los barrios residenciales ni en las escuelas de paga de estas comarcas. Que seguimos usando el Parathión entre los insumos agrícolas. Y que ese somnífero eterno se pasea, de vez en cuando, por los envases donde se prepara la leche de la caridad oficial, sucedáneo barato a las políticas de desarrollo, empleo e integración que han sido borradas, por populistas, hasta del horizonte utópico.

En Taucamarca hay 24 niños dormidos que no van a despertar nunca. En Lima hay un revuelo y un escándalo. Se buscan culpables inmediatos y prácticos para el linchamiento de la opinión pública. La policía encontrará un operario descuidado, un sicópata suelto o un contratista inescrupuloso para echarlo a la cárcel.

Pero estos descuidos, o actos criminales, o prácticas corruptas, no ocurren nunca en Miraflores ni en el Barrio Alto ni en el Pedregal de San Ángel. Nadie ha oído nunca que en los liceos y colegios de doscientos dólares mensuales les proporcionen a los niños leche con Parathión o con mierda. Esas mezclas tóxicas y mortales aparecen siempre en los repartos de ayuda caritativa a los damnificados de una catástrofe permanente y cuidadosamente planificada.

Con el tiempo, estos niños dormidos se volverán moléculas primarias, un recuerdo deslavado y una muesca mínima en la pirámide demográfica de Taucamarca. El gobierno peruano, y sus congéneres de América Latina, seguirán comprando leche para distribuir entre los pobres. Es mucho más barato que crear empleos para los padres. (Es más eficiente y rentable que preservar a la población de un huracán económico que, como lo sabe cualquiera que haya cursado una maestría en Harvard, resulta inevitable y hasta deseable.) De cuando en cuando, nos llegarán noticias de nuevos accidentes, de niños intoxicados, ahogados en lodo, contaminados con plomo y arsénico, lanzados a las redes de explotación de la mendicidad industrial, incorporados al sexoservicio, vendidos a parejas estériles de Holanda y Suecia, integrados de esas maneras a la economía mundial y al libre comercio.

Y sentiremos tristeza, y hallaremos alivio en la resignación cristiana o hayekiana, o nos volveremos pragmáticos y nos diremos que, a fin de cuentas, la leche con Parathión es un gran invento, habida cuenta de lo difícil que resulta dormir a un niño.


19.10.99

Agua y barrotes


En1629 la Ciudad de México vivió la inundación más grave de su historia. Las crónicas de la época consignan que, entre otras muchas edificaciones, se anegó el Palacio de la Inquisición, en cuyos sótanos se encontraba prisionera --desde 40 años antes-- Juana de Carbajal. Ninguna fuente lo dice en forma explícita, pero se infiere que esta mujer, cuyo único delito era provenir de una familia de judaizantes, pasó varios días o varias semanas con el agua a la cintura, si no es que al cuello. Ese mismo año, y ya seca, fue quemada en la Plaza del Volador. Juana llegó a la tierra para vivir entre el acoso del agua y el abrazo del fuego, y de éste sus cenizas pasaron al aire. La concatenación de elementos no basta, por supuesto, para endulzar una atrocidad que seguirá resonando en la historia a pesar de los siglos transcurridos.

Esto me viene a la memoria con las imágenes de los presos del penal de Villahermosa, quienes llevan en remojo ya más de ocho días, porque el fin de semana antepasado las aguas del río Carrizal inundaron la prisión, desde entonces se niegan a abandonarla y mantienen a los reclusos sumergidos de la cintura para abajo. Lo extraño no es que los reos se hayan amotinado en tres ocasiones desde entonces, sino que a nadie se le ocurra sacarlos de ahí o, en su defecto, achicar el agua.

Puede parecer estrafalaria la preocupación por la suerte de unos delincuentes empapados en momentos en que numerosas comunidades formadas por ciudadanos honestos sobreviven a la intemperie, al hambre, a la sed, al acecho de las epidemias, al agua sucia omnipresente y a la amarga perspectiva de un futuro inmediato sin casa, sin animales, sin cosecha, sin muebles o sin los parientes inmediatos que fueron devorados por el lodo.

En circunstancias de emergencia como la actual, es lógico que haya prioridades para el auxilio a la población y que se deje para el final el rescate de unos criminales puestos a macerar por una catástrofe de la que nadie tuvo la culpa. La idea misma de un operativo de traslado masivo de los reclusos a sitios menos húmedos plantea difíciles problemas de logística y seguridad en situaciones normales, y tanto más en la presente. Así, con estos despojos de la sociedad que no le importan más que a sus familiares no queda más remedio que dispararles, así sea con balas de sal, cada vez que se sublevan y a esperar que las aguas se vayan por donde vinieron antes que los reos terminen de morirse de pulmonía, de infecciones, de sueño, de hambre y sed o de pura exasperación.

Curiosa manera, ésta, de inculcar la piedad entre quienes han carecido de ella, de fomentar la responsabilidad social entre quienes la ignoran y la quebrantan, de negar una oportunidad de vivir a quienes fueron orillados a la delincuencia por la falta de oportunidades laborales, sociales y afectivas.

Es del conocimiento popular que la inmersión prolongada reblandece los músculos y la voluntad. Pero si esos presos de Tabasco siguen sumergidos en su propia sopa de delincuentes sin nombre, ello será expresión de un endurecimiento social trágico y temible, y después de su agonía o de su muerte no habrá toalla capaz de secarnos la conciencia. *

12.10.99

Actos humanitarios


Informes procedentes de Londres aseguran que el general Augusto Pinochet ha sufrido en semanas recientes “pequeños infartos cerebrales” que se manifiestan en la pérdida del equilibrio y de la memoria de corto plazo y en un carácter menos tolerante. Eso dijo el médico inglés que atiende al ex dictador, pero un amigo muy querido me dijo, desde Santiago de Chile, que el problema de Pinochet es un dolor en la próstata. Sea cual sea la naturaleza de los males que lo aquejan, diversas voces en el mundo (Frei, Menem, Castro, Thatcher, el Papa) han pedido, en público si son cínicos, o en secreto si son hipócritas, que se cancele el proceso legal y que el tirano sea devuelto a su país, ya sea en consideración a su decrepitud (“motivos humanitarios”) o en atención a una muy hipotética soberanía judicial chilena que, en los nueve años transcurridos desde que Pinochet dejó el poder, no ha sido capaz ni de citarlo a declarar.

Una acción humanitaria internacional sería, por ejemplo, la abolición de la pena capital en todos los países en los que está vigente; una acción en defensa de las soberanías sería ejercer presiones efectivas para que Israel deje en paz a los palestinos, Marruecos, a los saharauis, Turquía, a los chipriotas, y Rusia, a los chechenos. Soltar a Pinochet porque se marea o porque le duele la próstata no sería humanitario, sino ilegal. Si fuera el caso, que le revisen y curen ésa y otras glándulas, y que siga su juicio.

Razones humanitarias abundantes habría, por ejemplo, para la condonación de la deuda de los países pobres por parte de las naciones industrializadas y los organismos financieros internacionales, en el entendido de que los fondos hasta ahora destinados al servicio de las obligaciones externas se canalizaran, en cambio, a la construcción de escuelas, viviendas y hospitales, y no, como les encanta a nuestros gobernantes, a rescatar de la quiebra empresas ineficientes y depredadoras. Insistir en la impunidad para uno de los más grandes criminales de este siglo no es humanitario, sino inmoral.

Humanitario sería, por ejemplo, el establecimiento de mecanismos de control para impedir que las cañadas y pendientes de Puebla, Veracruz, Hidalgo, Chiapas y Oaxaca --y todas las otras trampas mortales del territorio latinoamericano cuya urbanización y población es componente fundamental de una mano de obra barata y competitiva-- sean nuevamente vendidas y habitadas, a modo de impedir que, en la próxima temporada de lluvias, los pobladores de esas áreas se conviertan en cadáveres llenos de lodo o, en el mejor de los casos, en náufragos dolientes y empapados. Así se defendería, adicionalmente, la soberanía económica y humana de estos países de los caprichos del mercado internacional.

Un gesto humanitario sería que Margaret Thatcher buscara a los familiares de Bobby Sands y les pidiera perdón por no haber movido un dedo para evitar su muerte. El que la dama de hierro salga de su frasco de formol para abogar por Pinochet no es señal de espíritu humanitario, sino prueba de su hermandad ideológica y sicológica con el genocida chileno.

Una actitud humanitaria sería que el gobierno de Fidel Castro dejara de inculcar entre los niños cubanos --con el pretexto de homenajear al Che Guevara-- el culto a la inmolación y la obsesión por el sacrificio que caracterizaban al guerrillero argentino, y que les enseñara, en cambio, una ética de defensa y preservación de la vida. En sus tiempos de internacionalista, Castro no reparaba en las soberanías, pero ahora las invoca para criticar el proceso legal contra Pinochet. Esa mudanza puede ser una expresión de extremo pragmatismo político o bien un síntoma de Alzheimer --punto en el que emparentaría con los mareos del general o con su dolor de próstata--, pero no una muestra de congruencia moral.

Finalmente, sería un gesto humanitario que el gobierno chileno se abstuviera de invocar el dolor de próstata de Pinochet --cuántos chilenos, durante la tiranía, habrán sufrido un padecimiento semejante mientras esperaban la siguiente sesión de tortura, o el asesinato, sin que nadie se compadeciera de ellos--, cediera un poquito de su soberanía (mucho menos de la que se ha cedido en el ámbito económico) y se resignara a regalarle al mundo al ex dictador, como una aportación inapreciable para permitir un precedente y un escarmiento legal que la humanidad necesita con urgencia y en calidad de compensación por todo el horror que Augusto Pinochet Ugarte introdujo en nuestras vidas durante casi veinte años.

5.10.99

Un timorazo en el Sáhara


A principios de septiembre las cosas parecían marchar bien para los hijos del desierto. En uno de sus primeros actos de gobierno, el sucesor de Hassán, Mohamed VI, había nombrado una comisión plural para analizar los asuntos del Sáhara Occidental, en lo que se interpretó como un posible abandono de la política de puño de hierro sostenida hasta entonces por Rabat ante lo que Marruecos llama sus “provincias del sur” --y que el resto del mundo reconoce como la República Árabe Saharaui Democrática (RASD)--, ocupadas desde 1975 cuando las tropas coloniales españolas abandonaron la región. El referéndum en el cual los saharauis decidirán si son tales o si son marroquíes, postergado en innumerables ocasiones, había quedado fijado, en definitiva, para julio del año entrante. El Frente Polisario, representante incuestionado de los hijos del desierto, preparaba una propuesta de Constitución para el país liberado. Se veía la luz al final del túnel de la ocupación marroquí, y parecían ir quedando atrás los bombardeos con bombas de fósforo contra la población civil, las desapariciones y los asesinatos de independentistas, el oprobio de la ocupación. Lo de menos, en esas circunstancias, era que el gobierno de Marruecos persistiera en sus intentos por adulterar el padrón de votantes para el referéndum con la inclusión en las listas de miles y miles de colonos marroquíes.

El 10 de septiembre, en la ocupada El Aaiún, numerosos estudiantes, desempleados y jubilados saharauis iniciaron un plantón de protesta pacífica contra los invasores. Nueve días más tarde los trabajadores de las minas de fosfatos se les unieron. En la madrugada del 22, elementos de la Policía Judicial, la Gendarmería Real, las Compañías Móviles de Intervención y del Departamento de Seguridad Territorial iniciaron una violenta represión contra los manifestantes, con un saldo de dos muertos, más de cuarenta heridos --a los cuales les fue negada la atención médica en los hospitales-- y dos decenas de desaparecidos. Todo ello, en las narices de los observadores de la ONU (MINURSO).

En días posteriores (27, 28 y 29 de septiembre) grupos de colonos marroquíes, con el respaldo evidente de su gobierno, saquearon e incendiaron casas y comercios de saharauis y secuestraron al estudiante Ahmedou Ely Salem Sidi. La violencia de los invasores se ha abatido sobre El Aaiún, capital ocupada de la RASD.

Dos hipótesis: el siniestro policía Dris Basri, hombre de confianza de Hassán, y por décadas hombre fuerte en los territorios ocupados, se ha sentido amenazado por las nuevas políticas de Mohamed VI y ha decidido torpedear por su cuenta los preparativos para el referéndum de julio del 2000, o bien la tendencia moderada del nuevo rey marroquí es una simulación orientada a ganar tiempo, a tomarle el pelo a la comunidad internacional, a dorarle la píldora a la ONU (que es habilísima en comulgar con ruedas de molino) y a impedir, a fin de cuentas, la independencia de los saharauis. Sea como fuere, éstos no van a dejarse escamotear su derecho a tener una patria. El único camino para impedírselos es, entonces, masacrarlos en forma semejante a como los militares indonesios masacraron a los timoreses hace un par de semanas.

Entre los dos pueblos --timoreses y saharauis-- hay grandes paralelismos. Ambos fueron víctimas de potencias vecinas (Indonesia y Marruecos) que aprovecharon el hueco de la descolonización súbita e irresponsable (Portugal, en el caso asiático; España, en el africano) para anexarse territorios y pueblos con vocación de países independientes. Tanto Timor como la RASD han padecido una represión implacable desde 1975, y ambos han mantenido, pese a todo, su determinación de soberanía. Cuando las autoridades de Yakarta vieron perdida su colonia, tras el abrumador triunfo de los independentistas timoreses en el referéndum de agosto, perpetraron un genocidio desesperado y mezquino que, de todos modos, no habría podido evitar la liberación timoresa. Ahora estamos ante la posibilidad amarga de que Marruecos, con base en esa experiencia ajena, procure no llegar al plebiscito. Queda la duda de si la comunidad internacional volverá a permitir una matanza de inocentes a plena luz del día.