5.8.98

Idioma confiscado


Ayer por la mañana comenzó, en el estado de California, la aplicación de la proposición 227, que elimina el uso del español en las escuelas públicas y obliga al alumnado de origen latinoamericano a la llamada “inmersión en inglés”. Los niños inmigrantes o hijos de inmigrantes, que constituyen más de 40 por ciento del alumnado, van a pasar un año escolar difícil, pero a fin de cuentas aprenderán, mal que bien, el idioma oficial del estado en que viven. Se encontrarán en desventaja frente a sus condiscípulos anglófonos pero sólo por un tiempo y, en su gran mayoría, se incrustarán, con un inglés bien pulido, en la tierra de las oportunidades. De todos modos, si quieren, pueden seguir hablando en casa la lengua materna.

Si uno se empeña en desdramatizar, tal vez sería exagerado decir que California está confiscándoles el idioma a los niños que nacen en español. Acaso habría que dejar de lado que, cuando no se es un desposeído absoluto --al estilo de los sordomudos explotados en Nueva York-- la palabra es la única posesión de quienes no poseen nada más. Al margen de los accesos de chauvinismo cervantino, es de notar que estos niños recibirán, a cambio de su lengua proscrita, un inglés decoroso y, sobre todo, útil para abrirse paso en la vida.

El único problema es que la proposición 227 introducirá un factor adicional de confusión en la de por sí conflictiva identidad de las comunidades latinas, hispanics, mexican-american o como logren llamarse.

Algunas posiciones extremas ilustran lo nebuloso de los esfuerzos de identificación de estos vastos y heterogéneos sectores de la población de Estados Unidos. Mario Obledo, activista latino, afirma que “no puedes sentirte orgulloso de ser mexican-american si no hablas español”. Pero las cosas no son tan nítidas: en el condado de Sacramento, 48 por ciento de quienes se identificaron a sí mismos como latinos no tienen la menor idea de la lengua de Renato Leduc.

Y es que hace 30 años los recién llegados se esforzaban en olvidar el español y en no transmitírselo a sus hijos, pero en esta época, en las comunidades latinas, “se burlan de ti si no hablas español y si no dominas sus giros”, dice Mary Salas Fricke, méxiconorteamericana de cuarta generación que optó por aprender, ya de adulta, la lengua de sus bisabuelos (Stephen Magagnini en Bee, 12/07/98).

La confusión no tiene límites. David Hayes-Bautista, director de un centro de salud de la UCLA, dice: “Mi abuelo era un nacionalista azteca, para quien el español era una lengua de hombre blanco y decía que debíamos hablar azteca (sic). Hace 500 años, nadie en México hablaba español. La cultura latina cambia constantemente y eso me hace sentir bien”.

El escritor Carlos Fuentes nos recordó hace poco (en entrevista de TVE) que, en el sur de Estados Unidos, el español fue lengua materna antes que el inglés. Mala noticia: cuando la reconquista anglófona de California alcanza rango de ley, los chicanos --o hispanics, o méxicoestadunidenses, o latinos, o como logren llamarse-- no han terminado de debatir los efectos de la conquista española de México.

Por lo pronto, desde ayer los niños de esas comunidades ya no podrán estudiar en el idioma de sus padres. Si todo marcha bien, serán adultos bilingües, capaces de abrirse paso en la dura vida. En el peor de los casos perderán la lengua materna y al regresar al barrio, si regresan, serán objeto de burlas, y ya. Seguramente sería exagerado decir que la proposición 227 es un paso más en el programa orientado a abastecer a la economía estadunidense de organismos rendidores en lo laboral, pero desinfectados de ideas, cultura y lengua propias.

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